domingo, 14 de agosto de 2011

Reflejos de una luna

“Y acabada toda tentación, el diablo se alejó de Él hasta  el tiempo oportuno…”

Lc. 4,13

 A mi familia, porque están aquí detrás de cada trazo.

 -Sé que debo continuar y acabar con esto de una vez- se decía constantemente. Recordaba aquellos adagios aprendidos en libros misteriosos que logró degustar en su adolescencia, en donde se leía que “el hombre sabio, debe caminar entre la multitud como si estuviera solo en el mundo”. Por eso lograba soportar el ir y venir de personas que arremolinadas en torno a Él, hacían hasta lo imposible por tocar su manto, o su mano. Tan sólo ver su silueta atravesando el horizonte, era un acto de tal magnitud, que lograba cambiar vidas…

-No me molesta, Cefás, en absoluto. Sé que para esto he venido al mundo, para dar consuelo al afligido, y libertad a los corazones- le responde al seguidor quien con tanto celo lo siguió en su vida terrenal, el pescador que después de abandonar hogar y familia, ahora era un revolucionario que peleaba por causas que no entendía.

Y es que Cefás, cuestionaba al Maestro cuánto tiempo más soportaría el acoso de la muchedumbre, en su mayoría gente oprimida por algún sistema político o religioso, que veían en el Señor, al prometido salvador que los libertaría de la desgracia.

-¿Cuándo nos dirás que tomemos las armas y acabemos con todo esto, mi Señor?

-Recuerda, Cefás. El que mata con espada a espada morirá- contestaba el dulce Instructor, y lo melodioso de sus palabras contrastaba con las miradas tristes de quienes lo habían dejado todo por seguirle, y decepcionados creían que con amor y perdón no se resuelven los males del mundo.

Pero Él también era de los oprimidos. Él también sabía lo que era mendigar por un pedazo de pan, y sobre todo lo que era dejar un pasado que con tanto esfuerzo se forjó para emprender una búsqueda interior, a través de innumerables desiertos…empezando por el que cada uno de nosotros tiene en su corazón.



Un encuentro, una salvación

Su nombre era María, como el de su madre, a quien hacía meses enteros que no veía. De tanto exponer su doctrina del amor, ésta logró sembrar en Él ese deseo de dar la vida por alguien, no sólo por los amigos como se le oía decir con frecuencia. Y esto sólo pudo acontecerle con María, oriunda del poblado denominado Magdala. El Señor tenía un carisma especial. Podía sentarse a la mesa con funcionarios, altos jerarcas de la Ley, pero también disfrutaba de los convivios realizados en su honor por gente que vivía al margen de la moralidad, como los ladrones, y mujeres que se ofrecían por unas cuantas monedas de cobre; lo que fuera con tal de subsistir una noche más. Y era María una de estas mujeres que habían secado su corazón, y que se negaban a generar amor en su persona.

-¿Cómo ves Maestro?, Moisés nos dice que mujeres como ésta no deben vivir entre nosotros, y la Ley nos manda apedrearlas. ¿No querrás ponerte en contra de la Ley o sí?- le instaban sus detractores, quienes apelando a la santa doctrina que los había formado como nación, eran el ejemplo vivo, de aquella comparación que más usaba el Maestro contra ellos, que eran lobos con piel de ovejas.

Sabía que sus palabras serían motivo suficiente como para dejar con vida a la mujer que yacía en medio de la multitud enfurecida. El Señor mantenía una estrecha relación con el creador, una relación que muchos tildaban de locura o de falta de razón, sin embargo, eran tan provechosos esos momentos de comunión consigo mismo, que su boca sólo profería verdades cuando salía del éxtasis.

-¿Qué  haces, Maestro? Esperan tu respuesta- presionaba el más joven de sus seguidores, Iona, y el más temeroso de su séquito. No hubo contestación. El Señor miró el suelo, y empezó a mirar el polvo. ¡Ahí estaba la respuesta, siempre había estado ahí! La Ley era ahora polvo. Sólo el Amor permanece por la eternidad. Pero no se conformó y encorvándose un poco hacia el suelo, comenzó a dibujar. Sus trazos eran suaves, y en su mirada podía mirarse cierta alegría, aunque a unos cuantos pasos de Él, la vida de una mujer se debatía entre el ser o el estar.

-Moisés tiene razón, estas mujeres no merecen pertenecer a nuestro pueblo, pero yo les digo a ustedes que quieren apedrearla hasta la muerte…lance la primera piedra el que esté limpio de culpa. ¡Vamos! ¿Quién empieza?- sostuvo enérgico. Y atravesando la multitud, se acerca a María, y la calma con un susurro.

-Nadie te condena, yo tampoco. Vete y deja de pecar-. Las piedras empezaron a caer de las manos enardecidas y poco a poco fueron quedando María, el Señor y los discípulos que a lo lejos observaban.

Si amar es un pecado, María desobedeció el mandato divino, pues se entregó con toda su alma, con todo su ser, con toda su mente y con todas sus fuerzas, a Aquél que la había rescatado del abismo. Dedicó su vida entera a enamorarse perdidamente del Maestro.



Apacible luna

El Maestro gustaba de mirar el lago por las noches. Le agradaba estar solo en esas horas donde todos duermen. Decía que la luna es el mejor confidente de quien entrega su vida a misiones donde se enarbola el amor como estandarte. Y como buen guía, solía predicar con el ejemplo.

-No puedo dar marcha atrás, María…Conoces las miradas y sabes que no miento, pero no me pidas esto ahora, menos ahora que mi obra está a punto de culminar- se excusaba ante la compañía de María, quien ya había adquirido ese gusto por mirar la noche, el lago, la luna.

-No entiendo, ¿a dónde quieres llegar con todo esto? ¿Qué quieres lograr en verdad? ¿No tienes miedo a quedarte solo?...Yo quiero estar contigo, lo sabes, pero me asusta todo esto que haces…

-Me has dado una nueva vida, María. Y te necesito tanto como tú a mí. Pero debo llegar hasta el final…Tengo miedo, pero más miedo tendré si doy marcha atrás. Quédate conmigo, ¿sí?

-No sé-. Contestaba María casi al borde las lágrimas. Lo amaba con tal fuerza que sabía de antemano que a nadie amaría de forma igual. Pero buscaba otra vida. Quería ser feliz, quería un hogar, un esposo, familia. No soñaba con persecuciones, señalamientos y muerte. Era algo no muy deseable para quien venía de entornos similares.

-María- interpuso el Maestro- ¿quieres que te diga si soy capaz de dejar todo esto, y estar contigo, lejos, en cualquier parte?

María esperó, mientras ambos meditaban en el reflejo de una luna.



¿Obedecer al corazón?

-¿La extrañas, Maestro?- preguntaba Cefás.

-No sabes cuánto. Y me confunde todo esto. Por un lado me llena de gozo el saber que está por terminar la misión, y por otro me emocionaría mucho el verla nuevamente y decirle: “Aquí está la felicidad que buscabas, haz de mi corazón el hogar que tanto anhelas, María”…pero no está aquí…

-¿Hubieras dejado todo por ella? ¿Así como nosotros dejamos todo por ti?

El Maestro dudó por un instante, mientras seguía bendiciendo las cestas con pan y peces que le pasaban sus seguidores, para que continuara repartiéndolas entre sus oyentes.

-¿Qué hubieran pensado ustedes?

-Que no eras entonces quien pensábamos, Señor. Nada más- responde Cefás, quien sabía de antemano, que si esto sucedía, el tomaría el mando por las armas emprendiendo ahora sí la liberación que requería el pueblo. –No habría problema, Señor, te entenderíamos como hombres que somos-.

Era imposible en ese momento levantarse e ir en busca de María ante numerosos testigos. Por vez primera el Maestro tuvo miedo. Se apegó a sus seguidores y a su doctrina sobre todo. Él que con tanto esmero proclamaba el desapego, y el que instaba a dejar padre y madre para seguirlo. Ahora Él mismo era víctima de lo mundano, del afecto, o dicho de otro modo, del amor. Pero no el Amor Cósmico que no puede sentirse tras la carne, sino del amor hacia una mujer, María de Magdala.



Abrazando la muerte

Quizás esta ausencia de María causó estragos en la doctrina del Señor. Se volvió más estricta, e incluso al grado de que muchos de sus fieles seguidores, deciden abandonarlo, para continuar con sus vidas.

Le agradaba hablar de la vida, porque nunca la había vivido. Era extraña esta sensación. Confundido, recordaba sus años de aprendiz. Viajes, libros y doctrinas ocultas que lo llevaron a proclamar un nueva doctrina liberadora. Él quería esta misión…pero antes de que María apareciera en su vida.

Ahora su enseñanza declaraba que Él sería abandonado, que sería encarcelado y que moriría después, situación que alertaba a sus discípulos, pues nadie quería ser partícipe de estos eventos. Fue entonces que todos buscaban en secreto una manera de dejarlo solo. Su hastío hacia una doctrina que sólo profesaba palabras y más palabras, era tan evidente que hasta el mismo Maestro percibía la traición que se gestaba dentro de su círculo más allegado.

-¿Me amas, Cefas?- interrogaba el Maestro de triste semblante.

-Señor, tu sabes que te amo.

-Apacienta entonces mis ovejas.

-¿De qué hablas, Señor? Tú las apacentarás por ti mismo. Yo estoy contigo, hasta la cárcel o hasta la muerte si es necesario…

El Maestro calló, y ya no preguntó más.



Llegada anónima

Ahí estaba la gran Jerusalén. El fin de su misión se sentía cada vez más cerca. Fue entonces cuando el Maestro lloró. Hay quienes dicen que lloró por la ciudad del Gran Rey, porque no supo escuchar la doctrina de le verdad. Hay quienes dicen que dedicó algunas lágrimas por los seguidores que lo iban dejando solo en el camino. La verdad es que recordaba a María con tristeza y con gozo, tal y como un profeta vaticinaría a su madre, más de treinta años atrás, “como una espada que atraviesa lentamente el corazón”.

Le bastaron tres años para dedicarse en cuerpo y alma a una misión que ahora ya no deseaba, que temía por su vida, pero que el orgullo le incitaba a no claudicar. Le restaban tres días para la Pascua, festividad nacional donde recordaban la manera en que Dios había rescatado a su pueblo elegido del tirano opresor, y evento también en que, según decía el Maestro, “subiría al lado de su Padre”, y daría por terminada su obra.



No es bueno que el hombre esté solo

 Era ahora el ser más solitario de toda Jerusalén, y entre reflexión y meditación había ya comprendido cuánto amaba a María. Entendió que su misión era ahora más fallida que nunca. Que María tenía razón al decir que nada lograría, pues la sociedad se hundía cada vez más en su propia inmundicia.

 Simple y llanamente se había equivocado. Sostuvo que cometió un grave error al dejarlo todo por una ideología que nadie comprendería. Que repartió margaritas entre los cerdos, y éstas fueron pisoteadas.

-Abbá, si puedes, yo sé que sí, pero quita esta copa de mí, por favor Padre, ya no quiero beber esto, ya no quiero, por favor…-clamaba en solitario, aunque sus tres últimos seguidores fingían dormir, escuchaban el clamor del Maestro con temor a lo que sucedería después.

-¿Sabes algo? No hagas lo que yo quiero, haz tu voluntad, nada más- se contestaba a sí mismo.

El divino Maestro pudo sentir las manos de María que acariciaban su rostro en este momento de agonía. Pudo mirarla, y ver en sus ojos que la vida es bella cuando se observa nada más, pero que es muy dura cuando uno se atreve a vivirla. Él lo sabía, se lo habían enseñado los libros, y el estudio, pero nunca, en ningún momento de su vida lo había experimentado. Mientras María, limpiaba la sangre que emanaba de su frente, sin decir palabra alguna, el Señor despertó de su letargo, y endureciendo su corazón, dijo: “Hágase tu voluntad, Señor”. María desapareció, la sangre dejó de fluir, y sólo estaba el Señor a mitad de la noche.



Dejar de amar es dejar de existir

Esa noche el Señor dejó de sentir. La visión de María en vez de fortalecerlo más, lo inundó de una mayor tristeza, pues lo hizo viajar tiempo atrás. Recordó los viajes que emprendió con sus padres. Era el viento de extraños lugares el que percibía en su rostro, y no las bofetadas que le brindaban sus aprehensores, así como también eran las caricias que le ofrecían en sus cabellos, aquellos maestros de la Ley que lo escuchaban cuando niño, y no esa corona de espinas que le oprimía las sienes y le provocaba heridas profundas.



Víctima de su enseñanza

En realidad sus palabras fueron proféticas, pues hiriendo al pastor, las ovejas se dispersaron. Y él quedó solo. Pero una soledad que no sólo se explica con la falta de amistades o familia, sino solo también, por la ausencia de Dios. Dios mismo, el que tanta comunión mantenía con Él, también lo abandonó esa mañana.

El cansancio y el dolor, ya no hacían mella en su cuerpo. Burlas, golpes, caídas, todo pasó a segundo plano. En su mente sólo rondaba una idea: rendirse. No hay peor prisión que la interna, y ese día, el Señor no encontró la llave para salir de la propia. Manos santas limpiaron su rostro, pero no eran las manos que Él buscaba. De igual forma, hombros amigos cargaron su cruz por varios metros, pero como no eran los hombros de sus fieles seguidores, tampoco lo comprendió. Era el ser humano más solitario de la tierra. ¿Habrá valido la pena haber dejado todo para llevar la Buena Nueva? ¿En realidad la vida nos depara una eternidad denominada reino celestial? ¿Hubiera dejado todo por María de Magdala?



Recuerdo final

Ignora si la mirra, o sus extremidades perforadas y clavadas contra un madero, hacen que pierda la razón poco a poco. Su respiración se hace cada vez más lenta. Cuando de pronto, por entre la multitud, vislumbra una silueta que le es familiar. Ni siquiera el polvo que transportaba el viento, pudo impedir que el Maestro, con las pocas fuerzas que aún le quedaban, cruzara su mirada con ese ser que tanta paz le inspiraba. No era su madre, a quien nunca más volvió a ver, ni sus amados discípulos, quienes desde entonces, negaron por doquier haber conocido a un Maestro que proclamaba una doctrina estricta y fatalista.

Era María, la mujer de Magdala. Ahí estaba ella. Después de tanto tiempo. ¿Qué había pasado durante esta larga ausencia? El Maestro no olvidaba que María había formado parte de aquél gran primer grupo que Él se había formado cuando empezó su ministerio. Nunca olvidó ese sincero arrepentimiento que ella siempre le mostró. Tampoco olvidó esa mano que siempre le solicitó un guía, un sendero y una luz para su camino.

-Tú eres el camino, mi camino, María. También eres mi verdad y mi vida. Te amo en verdad con todo mi corazón, más que a mí propia vida. Te lo digo en verdad- recordó el Maestro estas palabras que alguna vez las dirigió a María, pero que ahora el viento del desierto se había apropiado de ellas.



Pensar en lo que se quedó atrás

El Maestro no estaba solo. Dos sentenciados a muerte acompañaban al Señor en sus últimos instantes, y padecían el mismo tormento que el Gran Instructor. Y mientras uno le decía:

-Tú que tanto repetías, que todos éramos dioses, demuéstralo con hechos, y saca esos poderes para que nos salves,…- le retaba uno de los sentenciados a muerte, por haber cometido un robo.

El otro en cambio, un asesino arrepentido le pidió: -Señor, sólo te pido que te acuerdes de mí cuando estés en tu reino-.

Ante la presencia de María, su siempre amada, y ante tremenda petición final, piadosa y tan humana, el Señor no pudo más que sonreír, y decirle, que esa misma tarde, ellos dos estarían ingresando al reino celestial.

-Una cosa más, Señor-, agregó el redimido- Tampoco te olvides de mi mujer y mi niña que aún es pequeña,  pues ambas quedarán solas sin mí…

El Maestro observó que tras el manto de María, unas pequeñas manos, de quizás dos abriles, jugueteaban con la tela que se mecía al viento, y aunque veía a su progenitor perecer en un madero, al igual que el Maestro, la pequeña no comprendía del todo cuanto ocurría.

Es entonces que el Maestro se dejó vencer. El dolor fue tan extenuante que no pudo soportarlo más. Dedicó su último suspiro a la mujer con la que tanto había soñado, pero que ahora ya no le pertenecía, y que tal vez nunca le perteneció. Dejó de lamentarse por sus errores, dejó de lado su misión, olvidó todo lo pasado, esbozó una suave sonrisa y se limitó a morir.



Más puede el amor que la misión

-Sí, María, sí dejaría todo esto por ti- repitió el Maestro. –Lo dejaría todo porque te quiero con todo el corazón.

-Se llamará Sara,…le pondré Sara a la pequeña, ¿está bien?- preguntaba María esa noche en donde la luna se reflejaba sobre el lago, justo en las horas en que todos dormían.

Aunque María no entendía del todo la misión del Maestro, lo seguiría a donde Él la llevara, pero necesitaba descansar un poco, tenía qué regresar a Magdala y cuidarse también.

Pero el impulso de desear una vida como la que ella buscaba, la obligó a quedarse en casa, y olvidarse del Maestro, quien cada Pascua se prometía volver a Magdala, a buscar a María, pero el objetivo que se había propuesto era más fuerte que todos los apegos que un hombre podía poseer sobre la faz del mundo.

Y el Maestro nunca volvió a Magdala.



Huir de la verdad

Esa noche, cuando el Maestro durmió, María, a punto del llanto, y observando la luna reflejada en el lago, acarició la melena de su amado, y le recostó su cabeza sobre una roca.

Esa noche, nunca más la luna volvió a verse reflejada en el lago.

Iona, el joven discípulo del Señor, fue quien lo despertó a la mañana siguiente, tan sólo para informarle que María había partido para Magdala, con algunas personas más, en búsqueda de mejores condiciones de vida.

-¿Qué fue lo último que te dijo, Iona?- le interrogó el Señor.

- No dejó dicho nada,.... Sólo partió.



Morir, o seguir esperando

Esa última luna, que tanto María como el Maestro compartieron el uno con el otro, se llevó no sólo las lágrimas que ambos se dedicaron. Se llevó un amor tan tremendo que ni la misma historia ha podido borrar,…pero también se llevó una decisión. La decisión que un gran hombre pudo haber tomado, y cambiar por siempre el rumbo de la humanidad. Decisión que optó por el amor terrenal, y por una familia y un cálido hogar, pero contraria al designio divino, condujo al Maestro por otros senderos…un camino donde se comprende que las cosas cambian y que las personas que amamos, no siempre estarán a nuestro lado. Un camino donde se sigue soñando con algo que nunca llegará. Un camino donde se cambia todo lo que uno es, por vivir en el anonimato, por intentar hacer de nuestra vida un ejemplo de paciencia. Sin saber que soñar es vivir con plenitud, a menos que se tome la terrible decisión de despertar.





Stavros Galois



Monterrey, Nuevo León a 11 de noviembre del 2010





(Participación en el Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo 2011).

Última mirada


-Gustavo, ¿estás en tu casa?
Eran ya cerca de las cuatro de la mañana cuando recibí su llamada. Sin embargo no lograba conciliar el sueño. Tal vez porque seguía pensando en ella.
-Sí, aquí estoy...¿no me digas que quieres venir?
-Si me invitas sí.
-¡Claro! ¿Te espero afuera? ¿Está bien?
Y como siempre solía suceder, bastaba con escuhar su voz para que me hiciera pensar que quizá éste era el día definitivo, el día en que me dejaría decirle lo mucho que la necesito.
Luego de acicalarme y ponerme algo encima debido al frío, recorrí la sala principal de ese lugar donde habitaba, que a mi gusto siempre pareció un castillo siniestro y abandonado. Quienes me conocían, saben que pensar en ella, no es más que enterrar lentamente una espada en el corazón.
Ya había llegado. ¿Su nombre? No creo que eso importe. Sea cual sea, me incitaba a abrazarla y no dejarla ir jamás.
-¿Estás bien?- pregunté al verla con una mirada perdida, nada usual en ella.
-Tuve un accidente- me dijo sin dejar de mirarme.
-¿Me quieres platicar...?
-¡Fue el coche, creo que aceleré de más!
-¿Aceleré de más?- alegó una mujer, muy extraña por cierto que apareció de improviso sentada en los escalones de la entrada principal- mejor dí la verdad, que eres egoísta y que no te importó. Te embriagaste a morir, te divertiste como loca y que eso te orilló a destruir tu carro. ¡Tú lo provocaste!
Por alguna razón, dejó de parecerme extraña la presencia de esa mujer. Confieso que no logró recordar su apariencia. Sólo sus palabras las tengo presentes.
-¿Eso es verdad?- pregunté. Quise besarla pero ella no lo permitió. Al tomar su rostro, pude ver nuevamente nuestra historia. Me agradó, pero a la vez me lastimó también. Cuando comenzó a llorar, supe que era el final. Desesperado intenté ofrecerle soluciones para no ser castigada en casa, pero no escuchaba.
No sé cómo sucedió, pero de inmediato ya me encontraba en cama y con un sueño muy profundo. Dormí poco. Justo al despertar, mi madre y mi hermana murmuraban algo fuera de mi cuarto. Me puse un pantalón de inmediato, y pregunté qué sucedía. Eran sus miradas las mismas que me hacían recordarla en ese encuentro que tuvimos.
-¿Qué pasa?- les dije.
No fue necesario que dijeran: "Llamaron los papás de..." o "Nos acaban de decir que...". Ya lo sabía. Ya había visto todo eso. Un accidente. Choque, alcohol. Duele un poco escribirlo. Porque nunca pude decirle abiertamente lo mucho que la quería. Ella no estuvo aquí. Fue sólo un pensamiento. Por eso recuerdo que su rostro estaba frío. Por eso no me quiso besar. Ahora comprendo. Y...¿esa voz? La otra mujer, ¿quién era? Sigo sin saber. ¿Mi consciencia? No sé, estoy seguro que ella también la escuchó. Son pensamientos que de tanto sembrarlos en la mente, llegan a hacerse realidad.
Pudo despedirse de mí. Sospechaba que mis sentimientos la cobijaban con frecuencia. Gracias por venir. Te sigo queriendo como no tienes una idea. Espero verte pronto y besar tus labios fríos. ¿A quién le digo esto? No sé.
Eran dos mujeres. A la primera que escuché. Al fin y al cabo sé que mi destino está próximo si sigo como ahora...pensando en ella y en ese mundo que siempre trato de imaginar, pero tengo que ser paciente para poder llegar ahí, y entender realmente lo que aconteció.

A los pies del maestro


Alimentar a los pobres es una obra buena, noble y útil; pero alimentar las almas es más noble y más útil que alimentar los cuerpos. Cualquier rico puede alimentar los cuerpos, pero sólo quienes poseen el conocimiento pueden alimentar las almas. Si posees el conocimiento, tu deber es ayudar a otros a obtenerlo.
Al prestar ayuda a alguien querrás ver en cuánto le has ayudado; y aún quizás desearás que él también lo reconozca y quede agradecido. Pero esto todavía es deseo y también falta de confianza.
Deberás hacer el bien por amor al bien y no con la esperanza de la recompensa...deberás dedicarte al servicio del mundo porque lo amas y porque no puedes prescindir de ayudarlo.

Krishnamurti (1895-1986)

(Fotografía de lialdia.com)


"Es comprensible que los niños se asusten de la oscuridad, pero no que a los hombres les dé miedo la luz".

Platón

Huxley y la búsqueda de tecnología



(Fotografía tomada de sin-gasolina.blogspot)
Hay un ambiente cargado de angustia y la presión empieza a recorrer la silueta de su cuerpo. Pero son las manos las que soportan toda esa tensión, son ellas las creadoras, las que escriben.
Las ideas se agolpan en la cabeza con tanta violencia, que resulta imposible que la pluma pueda reproducirlas en su totalidad. Pero hay un pensamiento que se ha mantenido fijo desde un principio y es el de abordar el tema que se le sugirió. ¿Ciencia y tecnología? ¿Cómo explicar algo que no conoce? Y sin embargo decide introducirse en el tema. Empezar a conocer.
¿Qué es lo más novedoso en el mercado? Teléfonos celulares, videograbadoras y todos aquellos descubrimientos que hacen, según muchos, la vida más cómoda. La tecnología estaba a su alrededor y hasta él mismo sin desearlo, se hallaba inmerso en ella. Pero no lograba hilar las ideas para notificar algo relevante. Por supuesto que es necesaria, de eso no cabía la menor duda. Pero su visión iba más allá, recordando historias de personas que ya habían visto esto que se está viviendo.
Recordaba por ejemplo al escritor inglés Aldous Huxley y su obra titulada: "Un mundo feliz", donde describía un panorama muy adelantado para su época, de lo que podría catalogarse como la otra humanidad. Aunque Huxley publicó su obra en 1932, era evidente su capacidad de premonición, pues la genética y clonación eran parte principal de su temática. Él también veía como Huxley, una sociedad futurista en donde todos los niños son concebidos en probetas y donde son condicionados a pertenecer a diversas categorías de población.
Dejaba el teclado y hojeaba el periódico para quitarse de encima esa angustia de no saber qué escribir. Ahí había un poco de ciencia: "Deplorable el veto e investigación en células madres embrionarias". Año 2006 y se vive como Huxley lo había predicho.
Hace de la tecnología su aliada y decide buscar algo sobre el tema.Se presenta frente al Banco de Cordón Umbilical y lee lo siguiente: "El nacimiento de un bebé es una experiencia única, y con los nuevos avances en el campo de la genética sabemos que el almacenamiento de la sangre del cordón umbilical del bebé, puede ayudarlo en el tratamiento de enfermedades que se presenten más adelante en su vida y ofrecerle alternativas importantes de curación utilizando sus propias células".
Interesante y asombroso a la vez, pero aún no encuentra un avance tecnológico que sea relevante. Y así desaparece el tiempo poco a poco, entre ir y venir, del pasado al futuro y volver al presente. Y no pudo salir del sueño que Huxley le heredó, el de ver un mundo repleto de avances tecnológicos pero sumido en una esclavitud donde el engranaje central es el hombre insensible, el que no cuestiona nada, sólo sobrevive en una era de consumismo que a punto está de asfixiarlo. Suficiente por el día de hoy.
Tecnología la hay y es indispensable. Gracias a ella pudo redactar esta idea y compartirla. Pero permanece en su sitio, observando el monitor y pensando en Huxley, células madre y humanos de probeta. ¿Cómo escribir sobre ciencia y tecnología? No es sencillo. Ambas nos rodean con una lentitud que no es posible percibirlas. Pero ahí están, somos parte de ellas, somos los engranes, las víctimas.

(Nota publicada el 12 de agosto del 2006, en El Bravo de Tamaulipas).

El canto urbano

Una misión que se lleva a cabo con amor



"Cuando te digan que no vales, tú sigue nada más, no cambies tu rumbo y dale, no mires atrás que cuidándote yo estaré".
Es uno de los cánticos que entona día con día Jesús Trejo, enfrentándose a la vida y a la sociedad, empuñando la guitarra como estandarte y llegando al corazón de todo aquél que así lo desee.

Piedras en el camino
Consciente del poder que la música posee, Jesús luchó contra lo que parecía imposible: ser cantante. Una mala coordinación en los dedos era la justificación en la que muchos se basaban para derrumbar su sueño. La fe en uno mismo le hizo entender que es posible alcanzar los sueños. A sus 28 años, Jesús recuerda sus inicios como una prueba muy difícil pero en la que hubo personas, como su hermana por ejemplo, que lo motivaron a continuar en la lucha.

Vocación y fe
Conocido como "El Salmista Urbano", Jesús evitó caer en la trampa de la mercadotecnia y no se deslumbró por los placeres mundanos. Decidió compartir vivencias, pero quería sentir el contacto con la comunidad, estar frente a frente con aquellas personas que como él, se han dejado vencer por momentos. Originario de la ciudad de Tampico, el joven Jesús supo que el própósito de su vida era crear reflexión en los demás y tras luchar contra un sinfín de temores personales, tomó su guitarra y se lanzó al campo de batalla. La calle y el transporte urbano son los escenarios ideales donde difunde su mensaje. Prefiere no pensar en el futuro. Nada está escrito así que disfruta cada día de su vida como si fuera el último. Amor y perdón son los motivos de su canto, los mismos que ha intentado llevar a su vida personal.

Los sueños que dan vida
Nada hay de malo en perseguir los sueños. Y Jesús aún persigue los suyos. No se encuentra solo, pues una gran fortaleza le acompaña en su jornada. Unos la llaman valentía, pero él decide llamarla por su nombre: Dios. No se despide porque sabe que el mundo es pequeño y que tarde o temprano se vuelven a pisar los mismos caminos. Ayer fue Tampico, hoy es Matamoros, mañana será otro sitio, no importa. La misión ahí está, el mensaje existe, sólo falta quien escuche.

(Nota publicada en El Bravo de Tamaulipas, el día 10 de agosto del 2006. Foto original de Daniel Alvarado)

miércoles, 10 de agosto de 2011

El hijo pródigo

Obra del pintor holandés Rembrandt (1606-1669), tomada de culturageneral.net

Un hombre tenía dos hijos. Y el menor dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me corresponde de la hacienda". Y el padre repartió la hacienda. A los pocos días, el hijo menor reunió todo, se marchó a un país lejano, y allí disipó toda su fortuna viviendo pródigamente. Cuando hubo gastado todo, sobrevino una gran hambre en aquella comarca, y comenzó a padecer necesidad. Se fue a servir a casa de un hombre del país, que le mandó a sus tierras a guardar cerdos. Deseaba llenar su estómago con las algarrobas que comían los cerdos, y nadie se las daba. Y reflexionando, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, y yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre, y le diré: Padre, pequé contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo; tenme como a uno de tus jornaleros". Se levantó y fue a su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y, conmovido, corrió y se echó al cuello de su hijo, cubriéndolo de besos. Díjole el hijo: "Padre, pequé contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo". Pero el padre dijo a sus siervos: "Sacad inmediatamente el vestido más rico, y ponédselo; ponedle también anillo en su mano, y sandalias en sus pies. Traed el ternero cebado, matadlo, y vamos a comer, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido encontrado". Y se pusieron todos a festejarlo.
El hijo mayor estaba en el campo, y al volver y acercarse a la casa, oyó la música y los bailes. Llamó a uno de los criados y le preguntó qué significaba aquello. Y éste le contestó: "Ha regresado tu hermano, y tu padre mató el ternero cebado porque lo ha recobrado sano". Él se ofendió y no quería entrar. Mas su padre salió y se puso a exhortarle. Y contestó a su padre: "Hace ya tantos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me has dado ni un cabrito para hacer fiesta con mis amigos. ¡Ahora llega ese tu hijo, que dilapidó su hacienda con malas mujeres, y tú le matas el ternero cebado!" Pero el padre le respondió: "¡Hijo! ¡Tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo! En cambio tu hermano que estaba muerto ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado. Convenía festejarlo y alegrarse por ello".


Lucas, autor del tercer evangelio canónico. (Imagen tomada de lausdeo.wordpress.com