miércoles, 30 de noviembre de 2011

Digna de Ripley (Aunque usted no lo lea)

(noticierostelevisa.esmas.com)


- ¡Caldegón! ¿Estás ahí?
Agustín no lo soportó más, y mordió de inmediato la suculenta torta que traía entre manos, misma que no había podido degustar, pues tenía la extraña costumbre de observar su comida atentamente justo antes de engullirla. Era algo así como su devoción…aunque haya rumores de que se trata más bien de su perdición.
(lacorrupcion.wordpress.com)


Por su parte, Felipe, molesto por el llamado a su puerta (pues eran las tres de la tarde, hacía cuatro horas que había salido de su trabajo) arroja el libro “Qué hacer” de su afamado colega y se dirige a la puerta.
- ¿Sí? ¿Quién es?
- Caldegón, soy yo, Cgisty…

El pobre de Agustín, casi se asfixia con una de las cuatro carnes que su torta contenía, al escuchar esa melodiosa voz, como proveniente del Viejo Mundo. Algo conocido había en ese tono, y no eran precisamente las dulces palabras de ese dibujo animado que tanto admiró de niño, Pepe Le Pw.
Calderón, extrañado interroga al visitante sin siquiera atreverse a mirar, temía que fuera un grupo de manifestantes, o tal vez integrantes de la Corte Penal Internacional (CPI):
- ¿Cu, cu, cuál Cristy…? Si viene a buscar a Margarita, ella no está, me dejó aquí en la casa…ella tenía unos compromisos…
- Caldegón, ¿de qué estás tú hablandó? Soy Cgisty…Lagagde…

Agustín cayó en la cuenta de que venían por él. Finalmente, la francesa Cristina Lagarde, aceptaría el contubernio que existió tras su elección como presidenta del Fondo Monetario Internacional (FMI), y entregaría la batuta de tan prestigiado organismo a quien fuera en su momento, responsable de la Secretaría de Economía en nuestro golpeteado país.
Se irguió sobre su espalda. Quitó la servilleta de su cuello, y con ella cubrió su enorme platillo, que bien hubiera calmado el hambre de una familia mexicana no muy numerosa.

-¡Cristina Lagarde! ¡Qué gusto, verte por acá!- la recibió Agustín, mientras que el pobre de Felipe, asustado tras la puerta, abrazaba su Sagrado Corazón y entonaba un rezo.
(senderodelpeje.com)



-Señor, permíteme informarle que es la señora Lagarde- le anuncia Agustín a su ex patrón, en voz baja,- la de los “billetes”.

De inmediato se incorpora el buen Felipe, y como bien le habían enseñado en sus colegios, saludo a su colega europea con beso en ambas mejillas.
- Pásale, Cristina, estás en tu casa…- invita el interesado de Agustín.
- Miguen, no tengo mucho tiempo, así que segué bgeve…¿les paguece bien?
- Claro, no hay problema- responde Felipe, al momento que cierra la puerta, y la obstruye con una enorme cruz de madera, con una inscripción grabada en su tronco vertical, aunque ya borrosa, pero se alcanza a leer una cifra de un cinco y cuatro ceros…- Usted, dirá, mi Cristinita…

Para entonces Agustín ya preparaba su maleta con ropa, y revisaba, (silbando “La vie en rose”) la validez de su actual pasaporte, tan entusiasmado estaba el pobre, hasta que Cristina se atrevió a hablar:

-Segugo, que ya saben que he recoguido toda Eugopa, solicitando el apoyo de algunos países paga sacag a Ggecia de…
- Sí, sí, que anda usted haciendo labor de “boteo”, ¿verdad?- interrumpe Felipe.
- ¿Pegdón?
(laventanaindiscretadejulia.com)

- Lo que el señor presidente quiere decirle, Señora Lagarde, es que sabemos de su entusiasmo por apoyar la economía griega; es también de nuestro conocimiento que usted ha alertado a varias naciones para apoyar en estos momentos de crisis- defiende Agustín, también conocido como el Doctor Carstens, aunque él prefiere nada más que le digan: “dotor”.
-Pog eso vine aquí a México… a veg si están en posibilidades ustedes de ayudag.

Ruidosa y espeluznante fue la carcajada de Felipe de Jesús, al escuchar tan intrépida solicitud.
(losneoinsurgentes.blogspot.com)

- ¡Cállese, señor!, - le increpa Agustín.
- ¿No escuchaste, Agustín? (Aún riendo) ¿Cómo se le ocurre venir a pedirnos dinero, si no está viendo las cosas, caray? ¿No leerá el periódico o qué onda, mi buen?

Observando Cristina la absurda reacción de Felipe, se atreve a preguntarle:
- ¿Algún pgoblema, Caldegón?
- Mira, Cristina, te voy a ser bien sincero, la verdad es que aquí estamos de la chi…
Agustín pierde la compostura, y toma al desdichado de Felipe por el cuello, y lo lleva a unos cuantos pasos de Cristina.
- Permítame, señora, no me tardo…- se excusa Agustín.
- Doctog Cagstens, si puedo diguigigme con usted, sólo dígame…
- ¡No, como cree, él es el jefe todavía, sólo deme un segundo!

Cristina se encoge de hombros, y toma el libro abierto que había dejado Felipe en su silla presidencial, misma que ocupa la invitada, mientras recorre algunos pasajes del panfleto.
(lapolitica.mx)


- No sea tonto, señor, ¿qué le pasa?...
- Perdón, Agustín, es que me volví a echar otras copitas por aquello de…



-Eso no interesa ahora, mire…¿Quiere ver al encopetado llegar a su casa el año entrante, o prefiere ver a su amado Cordero…?
- Buena pregunta…aunque ninguno de los dos me…
(mexico.cnn.com)

- Bien, bien, no nos adelantemos. Aquí está su futuro, señor presidente. Hoy es cuando puede usted pasar a la historia.
- ¡Agustín, el pueblo no tiene ni para comer, qué voy andar ayudando a los griegos, hombre!
- El pueblo no tiene para comer, pero usted y yo sí, qué nos cuesta quedar bien con los europeos, éstos, ¿eh? Chance hasta al Obama nos ganamos, recuerde que ya nos ha llamado la atención, y varias veces…
- Está bien…¿cuánto traes?
- Deme un minuto y hago unas llamadas para verificar mi estados de cuenta, ¿le parece?
- Pues yo también, deja le hablo a Mague, que es la buena para los números.
(ehui.com)

Mientras este diálogo acontecía, y lejos de aburrirse, Cristina reía a carcajada suelta, leyendo el texto del originario de Agualeguas, Nuevo León, que ahora ya se autoproclama el salvador de las economías.

-Mague, Margarita, ¿me oyes? ¿Dónde andas?...¿dónde? ¿Y hasta allá llega la señal! ¡Condenado Carlitos, salió bueno para los negocios de telefonía, oye, Mague, este, me podrías hacer un préstamo?...Es que llegó Cristina, ¿te acuerdas de ella? No…no esa es la del programa de Miami, la otra, la de Francia, ¿qué ya no te acuerdas? ¡Ándale, la de los perfumes! ¡Esa mera! Pues anda pidiendo lana, dizque para ayudar a los griegos…Ajá…¿y no te sobra algo por ahí? Pues de perdido para no quedar mal…¿Cuánto? ¿Millón y qué…? Está bien, deja le digo…

Cristina se incorpora de la silla presidencial, aún con el libro en manos.
- Si quiere quédese con el libro, ese ya lo había llevado en la escuela- dice Felipe.
- ¿Y bien? ¿Podrán apoyag a la comunidad eugopea?- cuestiona mientras saca un enorme bote de quién sabe donde.
- Pues sí, pero sólo puedo darle poco- se excusa Felipe, al momento en que le insinúa al oído la cantidad.
- No impogta, Caldegón, lo que guealmente queguemos es que todos apoyen…Mil ggacias.

-Señora, Lagarde, a mí también me agradaría apoyar la causa- interviene Agustín, con maleta en mano, mochila a su espalda, y un manojo de currículums en una carpeta- pero es necesario que la acompañe a las instalaciones del Fondo Monetario, usted sabe, cuestiones de seguridad, no me gusta que me vean con dinero en las manos…
- A mí tampoco- dice Felipe.

Con cara de disgusto, Cristina se acerca a la puerta de salida y se dispone a contestar el teléfono.
(maspormas.com.mx)

- ¿Alló? Ah, Misteg Obama, ¿cómo está usted? Yo bien, pog acá haciendo labor de “boteo”, ¿cómo ve? No, cómo cgee, a usted jamás lo molestaguía con estas cosas, misteg…Ajá…en México…Ajá…muy bien, yo les digo de su pagte claro, hasta pgonto…au revoir.

Preocupados, Agustín y Felipe por la llamada recibida, sólo observan las reacciones de Cristina Lagarde.
-Ejem…Agustín y Felipe, lamento infogmagles que ya se pudo cubguig la deuda que Ggecia tenía…pego me infogman que lo que ustedes tenían destinado al apoyo, se les tomagá en cuenta como pagte de su deuda extegna…
- Y…¿no podrá esperarnos un poco más? Sirve y le juntamos otro poquito, total, es cuestión de subir alguno que otro impuesto y ya- solicita Felipe.
-Lo lamento, Caldegón, no está en mis manos,…¡ah! Me piden que te avise, que Joaquín anda molesto contigo, ¿también le debes o qué?...que te conectes al Skype…
(esmas.com)

Cabizbajo, Felipe saca su laptop del escritorio, y sin levantar el rostro se dispone a entablar conversación con un molesto Joaquín, alias “El Chaparro”, amigo íntimo del entristecido funcionario, quienes pese a su edad, aún gustan de entablar fuertes contiendas de gotcha en todo el país, pero con balas de verdad.
- Por mi parte, ¿sí podré acompañarla, señora Lagarde?- insiste Agustín.
Mirándolo de pies a cabeza, pregunta la presidenta del FMI:
- ¿Cuánto pensabas apogtag, Agustín?
- Pues nada más esto, señora…- escribe en un papel.
- ¡Ahggg, deja de llamarme señora! – pero justo cuando toma el recado y lee el contenido su rostro cambia por completo.
- Tú puedes llamarme como se te dé la guelagada gana, gogdito- insinúa mientras coloca el papel dentro de su sostén, y abraza efusivamente a Agustín, quien retorna de inmediato a recoger su torta de cuatro carnes, y sin despedirse siquiera de Felipe, se enlaza con Cristina en trance amoroso, digno de ser contado en las historias venideras.
Felipe, por su parte, y con el tono ya característico del Skype, espera que su llamada sea contestada, y sólo se limita a brindar por su extrañado y ya ausente Agustín.

Fin


-

Dos tipos de cuidado (1952-1953)

"...Revolución...es..."

...1810...se planeó una independencia, se soñaba la libertad. Sacerdotes, mentes dóciles y unos cuantos palos de madera nos otorgan la esperanza de que finalmente cayeran las cadenas que nos oprimían desde hace 300 años.

Hasta aquí todo parece perfecto, sin embargo esta historia aún no ha terminado, o al menos no se vislumbra un pleno resultado. Injusticias siempre han existido, lo mismo que hombres empuñando un ideal y muriendo con él. Nuestra historia, dirán muchos, es bella y digna de reconocerse; quien dice o piensa así es que desconoce los pormenores de nuestro pasado no tan pasado, pues todavía nos movemos en una época estancada y sin miras a un progreso...mientras continuemos durmiendo.

Tuvieron que pasar 100 años soportando lo mismo por lo que habíamos combatido, para darnos cuenta de que la dependencia en sí, nunca existió. Seguíamos dependiendo de la minoría, de los aristócratas, de los extranjeros. Seguíamos viendo injusticias por doquier, y nuestras voces no se escuchaban. ¿Qué era entonces lo que faltaba? La respuesta todos la sabían: era sangre, pero nadie hacía nada, y los que algo intentaban desaparecían sin dejar rastro.

Se escucha entonces un nombre: el general Porfirio Díaz, quien tomó las riendas del país por espacio de 30 años. Tiempo suficiente para que lograra disfrazar al país, dando la imagen de un lugar pacífico y seguro...y en efecto lo era, pero lamentablemente sólo para ciertas personas.

Fue Díaz quien se empeñó en "afrancesar" al pueblo, olvidando una parte importante en el desarrollo del mismo: la clase trabajadora. Podría decirse que se llegó a un nivel cultural muy alto, pero estadísticamente hablando, 9 de cada 10 personas vivían sin un futuro prometedor y mucho menos digno.

No es de extrañarse que esto aún esté latente en nuestros días. La clase popular sigue siendo la misma. No hay salarios justos, no hay seguridad social, ningún derecho ni leyes protectoras. Se nacía para sobrevivir, no para soñar; se vivía para trabajar y nunca para progresar. Por supuesto que hubo protestas por parte de los oprimidos, mineros y obreros que clamaban justicia y era ese mismo grito del que obtenían sangre, cárcel y muchas veces la muerte.

Corría el año 1908, cuando las palabras del general Díaz resonaron como incitando a la lucha y al derrocamiento del tirano en la mente del pueblo. Su mensaje consistía en afirmar que el país atravesaba una época donde la democracia hacía valer su voz, y que se estaba preparado para un "cambio" en todos los aspectos, político principalmente. Esta fue la gota que derramó el vaso. Se sintió la libertad de elección, de llevar al país por otros caminos, de arriesgar y sobre todo de salir adelante.

Es ahí mismo donde se da la creación de numerosos partidos políticos que ansiaban terminar con el gobierno del general Díaz e implementar la democracia, el sueño de toda nación libre.

Los grupos variaban, pero los objetivos tenían mucho que compartir: que los impuestos fueran justos, que se respetaran las etnias, desligar a la iglesia de la educación y sobre todo la no reelección de los gobernantes. Importante papel jugó la prensa en ese entonces, de hecho fue un aliciente para despertar conciencia política en el pueblo, de manera chusca a veces, pero siempre dando la esperanza de un mejor mañana.

El llamado estaba hecho, tanto la libertad como la democracia estaban presentes en los anhelos de muchos; sin embargo la realidad era muy distinta, ya que los únicos caminos existentes conducían sin más a la reelección del general Díaz. Todo fue un teatro bien montado, la silla presidencial no cambiaría de dueño, pero la astucia de Díaz era tal, que nos había hecho creer que podíamos elegir el gobierno que quisiéramos.

Surge un rebelde dirigiendo el Club Antireeleccionista, Francisco I. Madero, contando con el apyo de mucha gente, y pese a que se intentó apagar su voz, ni la misma cárcel impidió que su mensaje llegara hasta lo más profundo del pueblo, hasta el más mínimo filamento de sensibilidad de todo aquél que quisiera luchar, no por él mismo, sino por los que vendrán.

Haciendo caso omiso a las protestas se declara la reelección de Porfirio Díaz para el período de 1910-1916.

Madero huye de la cárcel de San Luis Potosí y se dirige a los Estados Unidos, donde redacta el "Plan de San Luis", documento donde desconoce el valor de las elecciones, donde pregona la no reelección y donde se adjudica el poder presidencial, pero sólo de manera temporal, hasta nuevas elecciones e invitando al pueblo a levantarse en armas contra el abuso y el engaño del que fueron objeto.

La fecha: 20 de noviembre de 1910. Surgieron disputas a lo largo y ancho del país, primeramente en los estados de Puebla y Chihuahua. La situación era muy tensa, por un lado la sangre corría a manos llenas, y por otro, un hombre disfrutaba nuevamente el poder. Nada nuevo para nosotros.

Los nombres de Villa y Zapata se convirtieron en estandarte, en ejemplos a seguir hasta la misma muerte si era necesario, mientras que en Chihuahua, Madero establecía su gobierno provisional.

A lo largo de la historia, las revoluciones comienzan desde abajo, en este caso de la tierra, donde la opresión y la injusticia se confabulaba con lo inhumano, creando así un infierno terrenal. Es aquí en esta tierra, donde el que grita sabe por qué lo hace, se sabe qué es lo que quiere, y ya era suficiente. Fue increíble sentir la hermandad, el sufrimiento se compartía, se era una nación propiamente dicha pero aún existía división. Se auguraba una larga lucha que bien valía la pena. Se logra finalmente un cometido, la renuncia del general Díaz, y es aquí donde inicia otra historia, peor que la anterior y la misma que todavía nos rige. Un lugar vacío, una nación furiosa y sin ley...o al menos ésta se desconoce. ¿Quién aceptaría un paquete de esta magnitud? La respuesta está en el aire.

Una luz se cernió sobre el país. La democracia había triunfado, Madero era el héroe, el libertador. Su llegada a la presidencia se comparó a la esperanza hecha realidad. Por fin la paz reinaría en el país, pero ¿por cuánto tiempo?

Se pensó que las cosas se enfriarían, pero no sucedió así. Inclusive, los levantamientos ahora se hicieron en contra de Madero. Los mismos rebeldes que iniciaron la lucha, ahora combatían entre sí, y esto es entendible, puesto que los intereses siempre serán distintos y nunca se estará conforme con lo que se tiene.

La ambición por el poder se dejó sentir. La sola idea de gobernar un país sumido en la pobreza e ignorancia resultaba atrayente para un sinnúmero de personas, principalmente para los más allegados al presidente; la amistad tenía un alto precio. En este caso, Victoriano Huerta, conspirando en contra de su presidente, lo obliga a renunciar para después cobardemente asesinarlo. El pueblo no era tonto y sabía lo que en realidad está pasando. A pesar de los vacíos en su mandato, el nombre de Madero será sinónimo de voz contra un tirano, el despertar de un pueblo, y el inicio de una nueva era.

El afán con que Huerta quería darse a conocer era evidente, algo pasaba en el poder, se veía rígido, militarizado. Imaginemos la situación en cuestión: ni siquiera los mismos políticos estaban a salvo, pues muchos de los que renegaron del nuevo dirigente, inevitablemente tenían que morir, ya no había lugar para gente rebelde e idealista. Lo que menos deseaba Huerta, eran contrincantes, así que poco a poco fue eliminándolos. Hasta sus más cercanos colaboradores los mantenía a distancia.

La historia se repite sin cesar, y surge en el estado de Coahuila un nuevo líder: Carranza. Este, como muchos otros, otorgaron a la Constitución un lugar preponderante en la guía del "nuevo país" y como Huerta no la valoraba, tampoco el pueblo, según Carranza, tenía el derecho de reconocer a Huerta como su máximo dirigente.

No hace falta numerar cuáles eran los objetivos de este nuevo grupo opuesto al gobierno. Básicamente era lo mismo que años atrás: quitar a uno, postular a otro y que se quede aquél, siempre ha sido así y seguirá siendo así, es nuestro destino, pues lamentablemente es lo que queremos.

Era la Constitución de 1857 la que regía al país, Carranza se ocupó de ello impidiendo alguna que otra intervención extranjera; puntos a su favor, pero no los suficientes como para ganarse la confianza de una nación entera.

Seguían las discrepancias entre los mismos constitucionalistas, pues una vez derrocado Huerta se marcaron mucho más las diferencias entre carrancistas, villistas y zapatistas.

Nunca hubo entendimiento entre Carranza y Zapata, los polos opuestos de la moneda, de la sociedad tal vez. Zapata sólo aspiraba a la justicia, pero entendiéndola como algo abstracto y fuera de nuestro alcance, sólo deseaba una justicia en el campo, veía en la tierra la esperanza tan anhelada, el desarrollo del hombre en sí mismo...eso era lo que él mismo entendía por aquello de "Tierra y Libertad".

Los antes compañeros ahora tomaban rumbos distintos. Quizás el poder cegó a Carranza de sus objetivos iniciales, o la verdad, es que nunca le interesó el bienestar del país, pero digamos que se olvidó un poco de lo referente al campo y la repartición de tierras, que eran el motor de los levantamientos tanto de Villa como de Zapata.

Estaría de más decir lo visionario que fue Carranza al rehacer la antigua constitución y adaptarla a los tiempos venideros. Y es este mismo documento el que ahora se conserva desde aquella época: 1917, 60 años después que su antecesora. Preguntémonos entonces y reflexionemos, si no hará falta una nueva constitución, nada de reformas ni cosas por el estilo, tirar al pasado lo escrito y elaborar algo nuevo.

La ley siempre ha perseguido los mismos fines, la novedad estriba en que éstos nunca se alcanzarán, porque no es conveniente. A un gobierno no le conviene que el pueblo sea educado ni que piense por sí mismo, sería como ahorcarse con la soga que uno mismo teje.

Desde luego que la constitución no a todos favorece, a unos porque tienen y a otros tantos porque carecen de lo que creen tener.

Nadie es monedita de oro como popularmente se dice, y en efecto así sucedió con Carranza, ya que estando por terminar su mandato dio muestras de ser un individuo carente de principios, pues actuó de mala fe al proponer un candidato para la presidencia del país, y si se puede decir, obligando al pueblo entero de apoyarlo. Nada lejos de lo que ahora acostumbramos llamar como "dedazo".

Tal actitud provocó un rechazo en el pueblo, principalmente en el estado de Sonora, donde se comenzaba a escuchar el nombre de Álvaro Obregón, posible sucesor de Carranza, razón de más por la que éste último retirara su total apoyo hacia ese estado en particular, violando de esta manera la misma constitución que con tanto esmero había restablecido.

Volvemos de nueva cuenta al tema de traición y muerte, aunque quizás en este caso se justifica, pues se quita un gran obstáculo en el camino a la democracia como lo era el mismo Carranza. Se estableció la paz por unos momentos con la llegada al poder de Obregón: es aquí donde inicia una época distinta. El país se regiría usando la constitució como norma suprema.

Se respiraban atmósferas de fuerza espiritual tremendas. La misión ahora era levantar al país de los golpes tan duros que había recibido años atrás. Lo importante era comenzar y se hizo de muy buen modo. La educación, el campo, los obreros, todo era primordial para tomar las riendas de un país que se levanta de sus ruinas y que se empeña en progresar. México se abrió al mercado internacional; fue una época dorada en la política de la Nación.
Luego con Calles se continúa la utopía de un México culto, educado y justo. Fue este mismo dirigente quien hizo la famosa reforma de reelección presidencial, siempre y cuando esta no fuera sucesiva, con miras a que Álvaro Obregón fungiera como lo que había sido: el único hombre capaz de sacar a la nación de las tinieblas.

El resultado fue más que obvio, Obregón subiría al poder por segunda ocasión. Sin embargo, y como era de esperarse, surgió la preocupación de aquellos grupos que tenían mucho que perder si se implementaba un gobierno "honrado", manifestando de inmediato su desaprobación con el asesinato del general. Una bala que representó ese deseo mezquino de las clases pudientes, de seguir en el mismo lugar en el que ahora se encuentran. Aburrida historia, nada confusa, pues todo lleva a lo mismo: poder, ambición y sobre todo traición. Se termina con Ávila Camacho el régimen de los generales e inician los períodos civiles con Miguel Alemán en 1946.

Revolución Mexicana, he ahí nuestra historia, no podemos cambiarla, pero sí aprender de ella. Carece de nombre la situación que actualmente vivimos. Se nos han estado ocultando muchas cosas, nos angustia el hecho de hacer algo sin saber cómo empezar. Casi la mitad de mi corta vida, me ha carcomido la duda de saber por qué estamos como estamos. No busco culpables, no los hay. Todos y cada uno de nosotros somos responsables de la vida que nos toca vivir.

Hace diez años nuestro país cayó en un pozo del que aún no ha logrado salir. Nuestro mundo se está cerrando cada vez más. Nosotros, como jóvenes, como mayoría, debemos hacer algo cuanto antes. No promuevo una anarquía, pero sinceramente creo que llegó la hora en que tenemos qué evolucionar cueste lo que cueste. El pueblo merece algo digno, algo humano.

Vivir al día, con un empleo que no nos satisface al cien por ciento porque no hay más de dónde escoger, porque decimos que no se nos brindó la oportunidad de salir adelante, porque se nos mantiene con los ojos vendados hacia una verdad que nos lastima y que a todos nos compete. Corrupción es la ley que nos ampara. Vicente Fox terminó con el partido de la minoría, esto es histórico, pero más histórico aún, sería el que nos ayudáramos unos a otros como lo que somos: una nación con sueños de libertad y de justicia.

Es realmente triste el ver en los distintos medios de comunicación que nuestra situación va empeorando, que muchos de nosotros, por la falta de esperanza quizás, vamos en busca del famoso sueño americano sin saber lo que encontraremos detrás y la mayoría de las veces, sin poder alcanzarlo. O cuando vemos esa multitud de niños que hacen de la calle su único vehículo de aprendizaje, encontrando refugio en las drogas, el pandillerismo, la prostitución...y todo esto existe, lo vemos a diario y no movemos un dedo siquiera, no tanto para remediar, sino tan sólo por ayudar. Estamos hartos de eso que llamamos impunidad, de que la ley tenga prioridades, de que se aplique sólo a quien no tiene con qué defenderse. Es injusto todo esto. Religión, política y narcotráfico, todo es lo mismo, todos quieren el poder, el dinero, el estatus. Nada existe en este lugar, nuestra mentalidad se limita a saber si comeremos en el transcurso de un día, o si estaremos con vida al siguiente. Ya no hay tranquilidad. No es necesario leer la historia para saber lo que una dictadura significa; la estamos viviendo en carne propia. Continuamos siendo el único y más importante medio de manutención de los que algún día nos gobernaron. Seguimos llenando los bolsillos de aquellos que deciden cuáles leyes nos favorecen y cuáles no.

Actualmente se muere por idealista, por pensar en un futuro prometedor, para uno mismo, y para todos. Olvidemos la historia, nada de lo que nos dicen es verdad. No hubo independencia, no hay revolución. La única historia es hoy: luchar por lo que se cree. El vivir bien es un derecho que tenemos como seres humanos. Alcemos nuestra voz, unamos fuerzas y acabemos de una vez por todas con todo esto. No existe un futuro, como tampoco un pasado. Imaginar que hoy es el último día de nuestra existencia, haciendo algo por nosotros mismos y muchas cosas cambiarán, empezando con lo que es justo, y más tarde por lo que es la libertad..."

Don Vasco
(2003)

(Segundo lugar en el "II Certamen de Ensayo sobre la Revolución Mexicana", organizado por la Presidencia Municipal, Secretaría de Educación, Cultura y Deporte Municipal en H. Matamoros, Tamaulipas. 27 de noviembre del 2003)

lunes, 28 de noviembre de 2011

“Democracia: Sistema fallido y revuelta social”

“A río revuelto, ganancia de pescadores”. Refrán popular.
Por: Don Vasco


Opresión en todos los aspectos, reprimendas a quienes se atreven a defender sus derechos, extorsión, corrupción en altos niveles de gobierno y un estado que ha fallado en brindar la seguridad que los ciudadanos requieren para generar un progreso colectivo, es el fiel panorama de la situación actual que se vive en México, país donde la democracia en sí, no resultó ser más que una contradicción.

Lo que se obliga a creer
Sin remontarse a los antecedentes históricos que el término “democracia” encierra, muchos ciudadanos hoy en día responden que el valor del término reside en que todos poseen voz y voto, y que el sufragio es justo, veraz y confiable, y que por lo tanto, México es demócrata porque gobierna el candidato que el pueblo elige. Así de simple.
Pero dista mucho el significado del vocablo, de lo que realmente se lleva a la práctica, pues el “gobierno del pueblo para el pueblo” es una mentira de las más ruines, que está llevando a que el preciado territorio nacional, sea saqueado a raudales, por quienes se dicen representantes legítimos de la ciudadanía.

Democracia para unos cuantos
En términos generales, el término “democracia” se empleó en la antigua Grecia, y se sabe que fue el filósofo Platón quien le dio forma al mismo. Platón aseguraba que todos los ciudadanos tienen el mismo peso en las decisiones que afectan sus vidas, esto es, en la manera en que habría de gobernarse un país.
Cabe hacer mención que no todos se jactaban de poseer la ciudadanía griega, pues mujeres, esclavos, y hombres no aptos para la guerra, no podían aspirar a convertirse en ciudadanos, y por ende, su opinión no importaba en absoluto.
Aunque tal vez resulte un poco fuera de lugar la comparación, cualquiera pudiera atreverse a decir que en México acontece una situación similar en lo que a democracia se refiere. Y no porque se discrimine por un lado a las mujeres, cuya participación en la vida política va cada vez más en aumento, ni a la esclavitud que nuestra Constitución condena, y mucho menos a la discapacidad de cualquier índole. La comparación, o diferencia mejor dicho, estriba en que si en la antigua Grecia, sólo una minoría carecía de capacidad de sufragio, en nuestro país, es la minoría, denominada como clase política, la que malversa el voto ciudadano, usando al pueblo haciéndoles creer que se dirigirá al país por senderos apropiados, y al final el gobierno del pueblo, sólo es un término acuñado de manera momentánea. Los dirigentes políticos de hoy en día sólo se acercan al pueblo para sus propios intereses. La misma historia lo ha constatado.

¿Democracia en México?
La democracia en México siempre ha sido una mentira. No ha existido, ni podrá existir jamás, pues el pueblo nunca ha podido ejercer su voto con pleno derecho. Y no es que el pueblo sea exigente, o que quiera estar a la espera nada más de lo que el gobierno pueda darle. Al contrario. Como ciudadanos, se tiene el derecho a exigir empleo digno, así como vivienda digna también. Oportunidades de educación superior, u oficios. No es una utopía desear que en un país, todos los hombres y mujeres que lo habitan, tengan una profesión, ya sea como técnicos, o con titulación universitaria. Sería lo más deseable, pero no acontece así. Y es la misma constitución la que avala estos derechos que cualquier ciudadano puede exigir.
Por supuesto que así como hay derechos, hay obligaciones. Eso es más que comprensible, pero la deuda que el estado mantiene hacia la población, sobrepasa por mucho, la obligación que uno como ciudadano, debe mantener hacia nuestros gobernantes.

Ciudadanía como medio para lograr un fin
Ciudadanía y democracia son términos que se mezclan a la perfección en época electoral, pues ante la ley, todo residente en el país, mayor de 18 años, y que haya nacido en suelo mexicano, es reconocido como ciudadano. Pero el “ciudadano”, sólo interesa cuando porte su identificación oficial de elector, se dirija a una casilla, y ejerza su derecho al voto. Una vez culminada la acción, ahí termina su ciudadanía, pues deja de interesarle al estado, como bien lo han demostrado infinidad de candidatos electos, que dejan de ser los personajes populares que fingieron ser en un principio, para convertirse después en burócratas que viven a expensas del erario público. Por más escabroso que resulte esta afirmación, es una realidad.

¿Dejar de ser mexicano?
Según nuestra carta magna, nadie puede perder la nacionalidad, de hecho, hasta el delito de traición a la patria, no se encuentra tipificado como tal en la constitución, y por ende, nadie puede dejar de ser ciudadano mexicano, por más delitos que haya cometido. Para ello, existen los llamados Centros de Ejecución de Sanciones, anteriormente Centros de Readaptación Social, para que los “ciudadanos” que hayan delinquido paguen su deuda con el estado. En los Estados Unidos de América, sí se han dado casos en que personas que han cometido delitos de consideración, llegan a perder su ciudadanía. En México, la misma ley que condena a los delincuentes, es la misma que los protege.

Evolucionar o morir
No es de extrañar entonces, que urgen modificaciones “” a nuestra ley mexicana. Tal es el caso de la ya tan cuestionada Guardia Nacional, agrupación a la que “deben” enlistarse los ciudadanos. Es una obligación de los mexicanos pertenecer a ella. Aunque desde el año 1857, aparece en una de las cláusulas, nadie sabe ni qué es la Guardia Nacional, ni para qué sirve, y mucho menos quién la dirige. Pero no por ello deja de ser una obligación.
En los artículos 36 y 38, también se expone una contradicción que nunca ha sido tomada en cuenta por los legisladores. En dichos artículos se habla de la suspensión de la ciudadanía a quienes no se inscriban en un catastro de la municipalidad, donde se debe dar cuenta de la propiedad u ocupación. Por decirle de otro modo, actualmente, quienes no cuentan con propiedades, o con un oficio en particular, su ciudadanía mexicana queda en suspenso hasta que la autoridad lo decida. Situación que hasta donde se tiene conocimiento nunca se ha llevado a la práctica.

Pueblo vs mal gobierno
Otro asunto que pone en duda la aplicación de la democracia en nuestro país, es la destitución de los gobernantes por propia elección del pueblo. “Que la Nación me lo demande”, reclama la Constitución, pero aunque el pueblo demande menos corrupción y mayor seguridad para un mayor bienestar, el estado prefiere hacerse de “oídos sordos” como popularmente se dice, y como ya no necesita del pueblo que alguna vez lo enalteció, pues éste puede seguir demandando lo que desee, al fin y al cabo, en México, la democracia, no es el gobierno del pueblo, sino del que “está arriba”.
Los pocos intentos de revocación de mandato que han sido conocidos no de manera oficial, acaban siempre como simples manifestaciones, y lo que legalmente se posee como un derecho de la ciudadanía, termina como una simple exigencia del pueblo hacia su representante político. O muchas de las veces, el pueblo cae en las redes del soborno. “Ayúdame que yo te ayudaré”, así rezan los políticos en sus campañas, y con ese slogan dominan a quienes aspiran a un empleo, escuela, o simplemente alguna dádiva momentánea. Una vez más la democracia ve manchada su esencia.
En diversos estados de la República, se ha manifestado el pueblo contra sus líderes, exigiendo sean investigados por sus posibles nexos criminales, o por nepotismo, o ya en caso extremo, por su falta de agallas para gobernar, y en la mayoría de los casos, por no decir que en todos, la “voz ciudadana” no tiene ningún poder, no pesa ante la impunidad. Aunque la ciudadanía tenga derecho a manifestarse, no se garantiza que lo que exigen pueda concretarse. Y eso es una flagrante violación a nuestra Carta Magna, que estipula el derecho que como mayoría se posee, para retirar de su cargo a quienes no cumplen con su deber. Si la tierra es para el que la trabaja, la ley es del que la aplica, nada más.

El otro lado de la moneda
Si la clase política pudiera defender la democracia en México (o si quisieran al menos), dirían que estas líneas son un error, producto de algún iletrado y poco conocedor de nuestras leyes, pues la democracia es más que evidente en el Congreso de la Unión, donde día a día se debaten, a “elección popular” las modificaciones la Constitución.
Resulta comprensible que no todos los ciudadanos del país, ingresarán a recintos públicos y ejercerán su voto ante tal o cual ley; para ello eligen representantes, cuya función primordial es interceder por quienes representan, aterrizando recursos federales a sus estados respectivos, y ¿por qué no?, enriquecerse a manos llenas y de manera no muy discreta del erario público, pues es poco el tiempo que se mantiene el estatus, y no hay que dejar de lado el lema de la escuela: “Un político pobre, es un pobre político”.
“Es muy fácil opinar, si no se está en nuestros zapatos, y donde tienes que mantener contentos a numerosos sectores de la sociedad”, podría referir alguno de los señalados, y aunque cabe la posibilidad de que tenga cierta razón en su defensa, no le resta la responsabilidad u obligación de servir a sus conciudadanos, no de servirse a sí mismo, y con “cuchara grande”. Eso no es democracia. Es abuso, prepotencia.

Más allá de un simple voto
Democracia es hacer valer nuestro derecho a elegir. No se puede decir que un país es demócrata sólo porque permite a sus ciudadanos que vociferen o exijan. Es el resultado el que importa.
Resulta inadmisible que nuestro Poder Ejecutivo, sea cada vez más influenciado en sus decisiones relevantes por líderes sindicales, o por empresarios cuyas riquezas contrastan enormemente con la calidad de vida promedio de los mexicanos. Y todo es por mantener ciertas relaciones e intereses, que mantienen al poder, en el poder.
Los acuerdos que nunca llegan
Y si a esto se le agrega que la dirección del país, depende de los acuerdos a que se lleguen entre el presidente manipulado, legisladores con intereses propios, y el sistema judicial mexicano, que cada vez se hunde más en el abismo de la corrupción, huelga decir el futuro que le espera al denominado en su momento “Cuerno de la Abundancia”.
¿Podría hablarse de democracia en un país cuyos miembros pertenecientes a minorías religiosas, o de etnias autóctonas se abstienen de votar? ¿Porque no ha sido posible llegar a acuerdos reales con estos sectores de la sociedad, y que sea considerado su voto como el de cualquier ciudadano, que no por pertenecer a los grupos en mención, pierden sus derechos como tales? No existe democracia en un lugar que intenta acercar a los pueblos indígenas a la “civilización”, a sabiendas de perder todo un legado de tradición histórica y cultural. Solamente porque el estado ve a los ciudadanos, como votos nada más. No interesan. Salvo su voto. Por eso es que se dice que muchas veces no conviene gobernar un pueblo pensante. La clase política ama la ignorancia, porque es maleable y fácil de dirigir.

Mejora en la educación
Aquí se toca otro tema de interés dentro del marco demócrata que se intenta exponer en estas líneas: la educación. Como ciudadanos, miembros de una sociedad, tenemos derecho a una educación de calidad que el Estado debe aportar de manera gratuita en su nivel básico.
Obligatoria, laica y gratuita, como dicta nuestro artículo 3º, y mismo que ha sido blanco de numerosas injurias que no se tratarán en este momento, como serían las cuotas escolares que se cobran al inicio de cada ciclo, que no es el Estado quien impone este reglamento “intra muros”, sino la sociedad de padres de familia que impera en el plantel.
Siempre se ha mantenido la educación pública en México, al margen de cualquier connotación religiosa, aunque destacan los casos de intolerancia, donde alumnos reclaman su derecho a estudiar, pese a profesar religiones que no permiten la veneración de los lábaros patrios, por un lado, mientras que por el otro, la decisión de los directivos de sancionar con la expulsión definitiva a los estudiantes que no sigan el protocolo de respetar los símbolos nacionales como la bandera y el himno.

Sindicalismo y retroceso
Actualmente el rezago educativo en el país, ha sido motivo de alarma para los pedagogos, quienes han defendido a capa y espada una reforma educativa, misma que debería pasar por el filtro de los estatutos demócratas, pero que grupos “fuertes”, como son los sindicatos se niegan a revisar siquiera, pues sería el final de quienes viven a costa de cuotas sindicales y de apoyos que el Gobierno Federal destina para mejora de la educación, y que rara vez se ven avances considerables en este rubro.

Pocas oportunidades de empleo
De igual manera, un sistema donde la democracia se hace valer, avala el hecho de que cada ciudadano merece un trabajo digno, en referencia a que no atente contra su integridad como ser humano. La realidad en nuestro país, va mucho más allá. Cada vez más se respira en el ambiente la frustración colectiva de quienes teniendo título bajo el brazo, son contratados en empleos poco estables e incluso informales, con salarios que rondan entre los cuatro mil, y seis mil pesos al mes. Salarios que también se les otorga a personas que sólo lograron culminar su educación media superior. No existe una distinción entre quienes terminan la preparatoria y quienes cuentan con una licenciatura o ingeniería. Es deprimente la situación. Hasta hace unas semanas, el propio presidente de la Nación, instó a los jóvenes para que optaran por carreras técnicas, pues éstas tendrían una mayor demanda dentro del mercado laboral, no así los licenciados, que se enfrentarían al egresar, con el triste panorama de que no hay oportunidad de empleo.
También merece especial atención la seguridad en el trabajo, y el servicio médico, y un salario que pueda solventar los gastos que se generan en un modo de vida decente, nunca precaria.
Las condiciones en que aún se labora en muchos lugares del país, son muestra inequívoca de que algo no se está cumpliendo, algún estatuto no se está respetando, y que la democracia no está resultando como aparentó ser en un principio. No prestaciones, salarios miserables y jornadas extenuantes, dan pie a que el ciudadano común y corriente se pregunte, si para eso se empleó su voto.

Empezar por uno mismo
Aunque resulte difícil de aceptar, cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Si la democracia ha fallado en México, si los gobernantes no han sido destituidos de sus puestos, y las pocas oportunidades que se tienen de salir adelante son cada vez más distantes, ha sido porque la ciudadanía se halla en un status de confort. Quiere otros líderes, pero no se organiza para elegirlos. Quiere mejores condiciones en el trabajo y en el hogar, pero no aporta propuestas novedosas. Así seguirá la vida en el país hasta que no se tome la decisión de despertar.
No se trata en absoluto de promover una anarquía, un golpe de estado ni mucho menos. Sin duda que un pueblo educado, equivale a decir que un pueblo cuenta con desarrollo económico, y su tasa de delitos no es tan alta como en otros lugares donde se aminora la importancia de la educación.
Todos los ciudadanos mexicanos merecen una educación. No es la falta de infraestructura el principal obstáculo a vencer, es el deseo de servir. El Estado nunca se ha interesado en preparar triunfadores. Esto se ve reflejado en la denominada fuga de cerebros: jóvenes brillantes y con futuro prometedor en lo que a investigación se refiere, pero que se ven obligados a salir de su país natal, en busca de apoyo económico. Porque a la democracia del país, sí le interesa la educación, pero sólo en los niveles no muy altos. En los niveles donde es posible seguir imponiendo esa mentalidad donde las cosas así son, así deben ser, y así se deben de quedar.
El acceso a la educación no debería limitarse a ciertos sectores de la población. La globalización cada vez permite los estudios a distancia. Mientras que el país decide donde edificar más planteles, la calidad de los docentes deja mucho que desear, y el mundo restante aplica estudios en línea, donde el equipo y asesoría es aportación del Estado.
Punto a considerar, entre quienes aspiran a que sea un sistema equitativo y justo el que tome las riendas del país, y no el de la sucia democracia que según se dice, dirige la nación.

Situación complicada
México está entrando en una etapa de su historia que difícilmente podrá ser olvidada por quienes la viven en carne propia. Ciudadanos que eligen líderes non gratos, profesionistas sin esperanzas de encontrar empleo, corrupción que se destila por doquier. Muchos han perdido la esperanza de que esto finalice algún día. Otros creen que es sólo una mala racha, que culminará el día de las elecciones, cuando el poder reinante, acabe su mandato, y permita el ingreso de la oposición. Los demás no tienen fe, ni en lo uno ni en lo otro. Sólo buscan sobrevivir.
El país requiere de gente comprometida. Pero, ¿dónde encontrarla, si cada año se incrementa la cantidad de jóvenes entre 14 y 29 años, que abandonan los estudios, y no logran encontrar un empleo estable? ¿Qué compromiso habrá entre quienes van sin rumbo por la vida, sin personas mayores, padres o tutores, que les aconsejen al menos sobre la importancia de la educación?
Esta no es la democracia que nos hace estar orgullosos de nuestro país. La ciudadanía no exige nada más. También desea aportar. Para eso está la democracia, para que el pueblo tenga voz ante los gobernantes. Lo malo de la democracia en el país, es que se trata sólo de un paliativo. Es algo que se le hace creer a la gente que existe, para que siga viviendo como lo ha estado haciendo. Para que no proteste, para que siga bajando la cabeza y permitiendo que gobiernos desechables abusen de forma autoritaria contra sus derechos ciudadanos.

Gobiernos sin ética ni moral
De que faltan políticas públicas en México es un hecho. Pero los gobernantes no desean hacerlas, porque no interesa. Ellos están bien. La clase política se encuentra bien. Es la opulencia contra la carencia de la mayoría. Es la paradoja de la vida. Es buena la pobreza, no se pretende erradicarla, mucho menos condenarla. Lo que se intenta demostrar con este escrito es que el término democracia, nunca se ha aplicado en nuestro país. El hecho de votar, no decide el rumbo de un país. Basta conocer los intereses que lo rigen. En este caso es la impunidad y la corrupción. Sexenios atrás han demostrado que México es un país donde “no pasa nada”. Pueden explotar los recursos naturales que el territorio posee, justo frente a nuestras narices, y no pasa nada. Pueden olvidarse nuestros gobernantes de que un día se les eligió para que intercedieran por las necesidades de la población, y no pasa nada. Podemos tener un representante nacional que se jacta de haber creado más y mejores empleos en toda la historia nacional, en contraste con la realidad de empleos mal remunerados y poco estables. Y aun así, no pasa nada.
No se pretende alertar a la población. Tampoco se intenta generar apatía, ira o tristeza hacia un sistema político que enarbola el estandarte de la democracia, pero sólo como medio para alcanzar un fin. La realidad habla por sí sola.
Urge reconstruir el tejido social, y hay que ofrecer condiciones equitativas de desarrollo. Esa es la democracia a la que se aspira. Democracia es igualdad. En México no la hay. Para lamentación de muchos que aspiran a un ideal.
No es de extrañar que la población se encuentre al borde de un estallido social. La búsqueda de la democracia está gestándose apenas en el país. Otros países ya han pasado por esta etapa en su historia, y la democracia real, la democracia equitativa y justa, ha salido airosa. Pero se requiere la unión. El pueblo se está cansando. No es posible que quienes son elegidos como la esperanza de desarrollo, son a fin de cuentas quienes traicionan la fe de quienes los apoyaron. No es posible que nuestra Carta Magna sea el documento más manipulado, para obtener favores como la impunidad para los “altos mandos”.
Basta esperar a que el grito de guerra empiece a escucharse en el pecho de cada ciudadano. El pueblo está dispuesto a llevar a cuestas las consecuencias de sus actos. No hay nada por qué temer.

(Constancia de participación en el Décimo Segundo Certamen de Ensayo Político, organizado por la Comisión Estatal Electoral Nuevo León. 16 de diciembre del 2011).

viernes, 23 de septiembre de 2011

El árbol de la mariposa (La historia de Don Vasco)

"Nunca te detienes a meditar sobre las influencias que recibes...sólo hasta que formas parte de ellas". G.R.

Era yo un joven estudiante de medicina cuando lo conocí. Mi nombre es Gustavo Hernández.
Fue por mera casualidad el que me encontrara con él, ya que era un hombre demasiado encerrado en sí mismo.
He aquí la historia de una de las vidas más dignas y ejemplares de que me honro en recordar, más que como un amigo, como un padre, él es don Vasco.
En mi diario andar por "El Paso del Águila", rumbo a la facultad, me encontraba con un hombre sumamente entretenido en el volar de las mariposas posadas sobre las flores de su jardín, que con tanto esmero cuidaba.
"El Paso del Águila", era una pequeña colonia ubicada en las afueras de la ciudad. Era un lugar humilde, donde todos conocen a todos, menos a don Vasco.
Es don Vasco un hombre algo viejo, con una expresión gruñona en su cara, pero a la vez burlona. Yo diría que pasaba de los sesenta años. La verdad se veía muy acabado.
Tenía la costumbre de dirigirle un "buenos días" cuando pasaba junto a él, aunque no esperaba respuesta, pues no me la daría.
Cuando lo pasaba de largo, volteaba ligeramente para cerciorarme de que aún estaba allí, y en efecto así era; me miraba fijamente y de inmediato, como asustado, entraba a su pequeña casa.
No sé si era muy nervioso, lo que sí sé, es que era el blanco de burlas de ese lugar.
Algunos muchachos, e incluso algunos amigos míos, constantemente lo hacían enojar.
Recuerdo una tarde en que mis colegas y yo nos reunimos por ahí, cerca de su casa, cuando de pronto lo vimos llegar a lo lejos con dos cubetas llenas hasta el borde de agua. A leguas se notaba su sobrehumano esfuerzo físico.
Mis amigos decidieron jugarle una broma. Yo me oponía pero no dije nada.
Cuando don Vasco se proponía abrir el portón de su casa, dos de mis amigos fingían pelear.
Don Vasco ni siquiera se inmutó ante la riña que se encontraba a sus espaldas.
Uno de los actores se lanzó sobre de él; y fue tal el impacto que don Vasco cayó.
Todos guardamos silencio, esperando la reincorporación del viejo, que aún seguía con la mirada serena.
Mis amigos se contenían para no reír; como no aguantaron, se echaron a correr, y sus risas se perdieron a lo lejos.
Yo no pude correr, me quedé ahí parado, tratando de ayudar sin hacer nada.
Don Vasco tomó sus dos cubetas, vacías ya, las colocó boca abajo, cojeó un poco, y antes de entrar a su casa volteó y me miró.
Yo estaba llorando, quería hablar, caminar, no sé, hacer cualquier cosa, pero algo me lo impedía.
Sólo dije: "Lo siento", y cerró la puerta.
Esa noche desprecié la cena de mi madre, quería entrar en mi cuarto, meditar un poco, y pensar en don Vasco.
Me propuse que al siguiente día, al salir de clases, iría a verlo. Tenía miedo pero lo haría.
En la salida, como de costumbre, mis compañeros y yo pasamos frente a la casa de don Vasco.
Puse un pretexto para liberarme un poco de ellos, diciendo que había olvidado un libro y, como siempre, no me dieron importancia y se alejaron.
Al fin me encontraba frente a su puerta; me armé de valor y toqué.
Como nadie contestaba, decidí retirarme. Estaba ya a punto de salir cuando escuhé una voz.
- ¿Sí? ¿Qué deseas muchacho?
- Don Vasco, buenas tardes, yo...
- ¿Don Vasco? ¿A quién buscas?
- Lo siento...sólo venía a disculparme por lo de ayer...Mis amigos son
muy...
- Si es todo, gracias. ¿Algo más?
- Sí...este...¿me permite tomar una de sus rosas?
Don Vasco cerró la puerta, me dejó hablando solo cuando le explicaba que era para una chica que ya hacía tiempo que no veía.
Estaba a punto de marcharme cuando salió con unas tijeras a la mano.
- ¿Cuántas quieres?
- Sólo una- le contesté.
Don Vasco se me acercó, y por primera vez vi en sus ojos una expresión tranquila y bondadosa.
- ¿Es tu novia?
- No, es sólo una amiga que no he visto desde hace mucho tiempo. Ayer
pensaba en ella, por eso quiero verla.
Seguía viendo la cara del viejo, y aún no comprendía el por qué su fama de maleducado.
- Me llamo Gustavo Hernández- agregué antes de despedirme.
- Mucho gusto, Gustavo, yo soy Rodrigo.
Al estrechar su firme mano, por mi cabeza pasó una duda: ¿por qué don Vasco? ¿Sería su apellido o era simplemente un apodo que la colonia le había impuesto?
No lo sé. Nunca me atreví a preguntárselo.
Antes de marcharme, me dijo el viejo que si quería otra flor, que sólo la pidiera.
Nuevamente vi sonreír a don Vasco; no pude contener la tristeza de verlo así. Le dí las "gracias" y salí corriendo de allí.
Esa noche fui al mercado a ver a mi madre en su puesto de comida; le comenté lo de don Vasco y se molestó. Me dijo que no estuviera perdiendo el tiempo hablando con esa gente y que mejor me pusiera a estudiar.
Por no verla enfadada le dije que sí, que no lo volvería a ver.
Ya en casa, mi madre me dio la cena; no la comí, sino que preferí guardarla y me acosté.
A la mañana siguiente no fui a clases. Decidí ir a ver a don Vasco. Mi madre aún dormía, así que calenté la cena de anoche para llevársela.
En el camino, temía el hallarme con mis compañeros, no sabría qué decirles. Por suerte no fue así.
Don Vasco había terminado de regar el jardín, cuando me recibió con una cálida sonrisa.
- ¡Buenos días, muchacho! Pasa por favor.
- ¡Buenos días, don Rodrigo!- yo nunca me atreví a nombrarlo como don Vasco-. Mire, le traje un poco de comida por si aún no ha desayunado.
Don Vasco me miró, me dio una leve cachetada y dijo: "Gracias".
- Le gustan las mariposas, ¿verdad?
- Más que las mariposas, me gusta la metamorfosis de la oruga. ¿Te habías
dado cuenta que de una fea y simple oruga, sale una hermosa mariposa?
- Sí, pero nunca lo había tomado tan en cuenta.
- Así somos los hombres. Nunca damos importancia a nimiedades como esa, pero muchas veces, los secretos de la vida se hallan en esas cosas sin importancia. Ya lo verás.
Me quedé atónito al escuchar la filosofía de don Vasco. Ahí comprendí que era un hombre muy sabio, pero incomprendido. Desde ese día, nunca lo olvidaré.
- Don Rodrigo, ¿no le importa que mucha gente se burle de usted?
- ¿Por qué habría de molestarme? Cada quien es libre de llevar a cabo las acciones que mejor le convengan. Tienes que ser como un árbol: aunque todos te lancen piedras e insultos, nunca verás que se doble por eso, y mucho menos lo vas a escuhar llorar o lamentarse.
Yo lo escuchaba con absoluta seriedad, hasta que me atreví a preguntarle:
- ¿Tiene familia?
Su rostro palideció, y después de una pausa, con un ademán me invitó a entrar a su casa.
Me convidó del recalentado que le llevé.
Cuando se dirigió a la cocina, me di el tiempo de admirar lo que había a mi alrededor. Descubrí su loco afán por las mariposas: tenía pinturas, adornos, en fin, cualquier cosa que se pareciese a una mariposa.
- ¿Te gustan?- me sorprendió don Vasco.
- Claro, ...son hermosas.
- Verás, mi esposa y yo, nos separamos hace algún tiempo- me dijo al momento en que nos sentábamos a la mesa- Ella salía con otra persona, así que...
- Lo siento...si usted quiere, no hablemos ya de eso.
- No, no, está bien, creo que necesito desahogarme un poco. Esto no se lo he contado a nadie, así que confío en ti. Poco antes de separarnos, me dijo arrepentida que sólo se había casado por interés, pues modestia aparte, nunca nos faltó nada. No teníamos mucho dinero, pero intentábamos vivir bien. Mi error fue que dejé de pensar en mí, y dejé de ser el mismo de antes. Tuvimos dos hijos, y aunque todo parecía perfecto, los problemas comenzaron a aparecer. Perdí mi empleo después de tantos años, uno de mis hijos falleció en un accidente, y a raíz de todo esto, mi familia se fue derrumbando poco a poco, pero...mírame, aquí estoy, sin nada pero con unas ganas enormes de vivir y de salir adelante, hijo...
Don Vasco se cubrió el rostro con las manos para que no lo viera llorar. Recuerdo que sólo estreché mis manos con las suyas, y sintiéndome inútil, me retiré.
Al día siguiente, al acabar mis clases, planeé dar una vuelta a la plaza principal de la ciudad, con la idea de despejar un poco las ideas. Tal fue mi suerte que don Vasco estaba ahí en una banca, alimentando a las palomas que asustadas huyeron ante mi presencia.
- ¿Cómo estás, hijo? Siéntate.
Me lo dijo como si no recordara la última plática que tuvimos.
- Tú eres...¡ah, sí! El de la rosa, ¿verdad? ¿Viste a tu novia?
- No, no la ví.
- ¡Qué lástima! Ya volverá, no te preocupes.
Lo miré fijamente, tratando de averiguar si era el mismo de ayer.
- Don Rodrigo, ¿por qué me platicó todo eso?
Tras una larga pausa meditativa, el viejo esbozó una sonrisa repleta de tranquilidad.
- Porque me recuerdas a mi hijo.
No supe qué responderle; tal vez mi silencio fue el causante de que don Vasco se alejara. Al ver a mis compañeros burlándose de mí, me armé de valor, alcancé a don Vasco y esa misma tarde lo invité a casa.
No le comenté nada a mi madre, acerca de que don Vasco iría a cenar, pero creo que se dio cuenta de que esperaba a alguien, ya que mi impaciencia era muy notoria.
Al dar las diez, no pude soportarlo. Me levanté de la mesa, tomé mi chaqueta y salí a toda velocidad ante la extraña mirada de mi madre.
En el camino pensé en muchas cosas, pero lo que más me alejaba de la vida, era la preocupante locura de don Vasco. Temía que algo le hubiera pasado, peor aún, que le hubieran hecho algo.
Al llegar a su casa, todas sus plantas habían sido maltratadas. Pude notarlo pese a la poca iluminación de la calle, pues su casa estaba en la más completa obscuridad.
Aún así decidí tocar. Nadie contestaba, pero escuchaba ruido tras de la casa, y hacia allá me dirigí. La puerta estaba abierta, escuché el girar de un viejo abanico y los gemidos de don Vasco.
Estaba recostado en su cama, vestido con un traje elegante pero ya muy gastado. Lloraba, e imploraba al cielo que pudiera encontrarse una vez más con quien fuera su esposa.
Ya en la habitación, lo consolé un poco, mentí al decirle que yo la buscaría y la traería junto a él.
Alegó que no, que sería imposible. Me platicó algo acerca de un "pacto" que su esposa y él acordaron cuando estaban en plena separación. La mujer le pidió algunos días para pensar las cosas, salió de casa junto con su otro hijo, y le dijo que esperara a que la Navidad llegara. Si ella y su hijo entraban por la puerta, era para quedarse para siempre y luchar por la familia. Si no sucedía así, ...él sabría por qué.
- ¿Has visto nevar?. me preguntó.
- Dos o tres veces, no recuerdo bien.
- Es hermoso, ¿verdad?...Quiero ver la nieve...llévame afuera si cae nieve...quiero que ya sea Navidad...
Me asustó cuando empezó a gritar que moriría si no nevaba esa Navidad.
Lo dejé hablando solo y salí de ahí.
Ya me había convencido de que don Vasco padecía demencia ocasional y que requería ayuda...una ayuda que yo no le podía dar.
Llegaron las vacaciones navideñas y yo seguía sin verlo, pero aún pensaba en él.
El veinticuatro de diciembre lo fui a buscar. Esta vez sí lo encontré pero no hablé con él.
Sólo me asomé por la ventana y lo ví, sentado ante su pequeña mesa, mientras se disponía a comer un diminuto pollo asado.
Me dio un no sé qué en el estómago, se me hizo un nudo en la garganta y comencé a llorar cuando don Vasco fingía charlar con su esposa y su hijo.
- Adiós, don Vasco. Feliz Navidad...
Me quédé parado ahí largo tiempo. Aún no podía creer que fuera él. No lo pude creer.
En casa, con mis tías de visita, pedí permiso para ausentarme e irme a mi cuarto. Me recosté en la cama y miré la luna, tal y como don Vasco solía hacer cuando se sentía solo.
De repente, escuché risas y gritos de júbilo a mi alrededor. La Navidad había llegado.
No le dí importancia y volví a dormir.
No sé si fue un sueño, o si era verdad, pero esa noche miles de mariposas cruzaron por mi ventana. Eran miles de ellas.
Sentí una inmensa alegría al ver eso, pero cuando desaparecieron, un fuerte dolor se apoderó de mi corazón haciéndome retroceder, y sintiendo la necesidad de descansar de inmediato.
Ese día por la tarde, le llevaría a don Vasco un poco de pavo que mi madre había preparado.
Al estar frente a su casa, la luz exterior estaba encendida, igual que su televisor.
No obtuve respuesta cuando toqué, así que fui por la parte trasera.
El plato con pavo cayó de mis manos y se hizo pedazos en el suelo, al momento que me hincaba, adolorido, ante el cuerpo de don Vasco que pendía de un árbol.
Nadie reclamó el cuerpo de don Vasco, así que decidí incinerarlo previa autorización en la facultad de medicina, de la que finalmente egresé.
Sus cenizas fueron depositadas en un ánfora co mariposas dibujadas.

Don Vasco me enseñó la mejor lección de mi vida, y creo que a mis hijos también. Era una mariposa, de las más bellas por cierto, y sus cenizas reposan ahora dentro del mismo árbol que le enseño a volar.

Don Vasco, gracias...

(Primer lugar en el Segundo Concurso de Cuento Edición 1999, organizado por la Facultad de Filosofía y Letras, a través del área básica común del Sistema Abierto y a Distancia. Marzo del 2000).

¡Feliz cumpleaños, Rocío!

La idea era que cuando despertaras el día 22 de septiembre, y abrieras tu correo electónico, ibas a ver una liga que te enviaría directo a este mensaje...pues bien, en vista de que ayer no encontré esta máquina (lástima que ya me hice muy dependiente de la tecnología), sólo hasta el día de hoy me empeño en escribirte un buen deseo para ti y los tuyos, que por cierto también son míos pues tenemos la sangre parecida...
En primer lugar, no me canso de decirle al mundo que tuve tres grandes mujeres en mi vida, que me aleccionaron infinidad de veces. Mi madre, Ruth y tú. Cada una tiene su lado especial, pero en tu caso, siempre sentí una protección y preocupación hacia mi persona difícil de explicar, y mucho menos de agradecer. Pese a que reñíamos mucho cuando niños, no sé por qué motivo la vida es más sabia que nosotros, y ya como adultos creo que nos unió más. Sabes que te admiro. Tienes una fortaleza increíble, y sobre todo, le dejaste al mundo tres seres increíbles que estoy seguro, su manera de conducirse en la vida, harán recordar a la gran madre que tuvieron. Así los educaste. A veces pienso que la vida nos trata bien, sé que has vivido situaciones muy fuertes, y otras no tanto, pero para mí, tu hermano, sigues siendo una mujer valiente, que enfrenta la calamidad cueste lo que cueste, como cuando las leonas protegen a sus hijos a diestra y siniestra sin perder por ello la dignidad. Un día espero decirte "Gracias, Rocío", y con esas palabras cubrir, o regresar gran parte de lo que me has brindado, ...pero será insuficiente, de eso estoy seguro.
Ahora que retomaste el papel de mamá, por tercera vez, te veo orgullosa de toda tu familia, como que ya habías olvidado esa parte de tu historia. Y sí, no niego que te desvelas, preocupas de más y esas cosas, pero déjame decirte que en este momento, aunque tal vez no lo sientas, eres la mujer más protegida del universo. Bueno, me he quedado sin palabras, por eso mejor te dedico la primera canción que me vino a la mente cuando pensé en ti. Ojalá y puedas escucharla en su totalidad. Se despide por el momento, tu hermano que te aprecia un buen, y que sabes que te quiere con el alma.

martes, 6 de septiembre de 2011

Carta a un joven que se propone abrazar la carrera del arte

Por: Robert Louis Stevenson (1850-1894)


Con la seductora franqueza de la juventud me plantea una cuestión de indudable importancia para usted y (cabe pensar también) de cierta trascendencia para la humanidad: ¿ha de ser o no artista? Es ésta una pregunta a la que debe responder usted mismo; lo más que puedo hacer por usted es atraer su atención sobre algunos factores que debe tener en cuenta; y empezaré, como es probable que termine, asegurándole que todo depende de la vocación.
Saber lo que a uno le gusta marca el comienzo de la sabiduría y de la madurez. La juventud es una edad totalmente experimental. La esencia y el encanto de esa época ajetreada y deliciosa residen tanto en la ignorancia de uno mismo como en la ignorancia de la vida. Una y otra vez aúna el hombre joven estas dos incógnitas, ya en un ligerísimo roce, ya en un abrazo amargo; con un placer exquisito o con un dolor punzante; pero en ningún caso con indiferencia, a la cual es totalmente ajeno, o con ese sentimiento cercano a la indiferencia, la aceptación. Si se trata de un joven sensible, que se excita con facilidad, el interés por esta serie de experimentos excederá con mucho el placer que de ellos derive. Aunque así lo crea, no ama la belleza ni busca el placer; su objetivo será cumplir su vida y degustar la diversidad del destino humano, y en ello hallará suficiente recompensa. Porque hasta que la cuchilla de la curiosidad se embota, todo lo que no es vida y búsqueda desaforada de experiencias ofrece para él un rostro de repulsiva aridez que difícilmente podrá evocar más tarde; o, de haber alguna excepción ‑y el destino entra aquí en escena‑, es en los momentos en que, hastiado o ahíto de la actividad primaria de los sentidos, revive en su memoria la imagen de los placeres y las penas pasados. De esta suerte, rechaza las profesiones rutinarias y se inclina insensiblemente hacia la carrera del arte que solamente consiste en saborear y dar cuenta de la experiencia.
Esto, que no es tanto vocación por un arte cuanto impaciencia para con las restantes ocupaciones honradas, se presenta frecuentemente aislado; y siendo así, se va borrando con el paso de los años. Bajo ningún concepto se le debe prestar atención, pues no es una vocación, sino una tentación; y cuando, hace días, su padre desaprobó de forma tan cruda (y a mi juicio) tan certera su ambición, no es improbable que recordase un episodio similar de su pasado. Porque acaso la tentación sea tan frecuente como la vocación es rara. Además, hay vocaciones imperfectas; hay hombres vinculados no tanto a un arte en particular cuanto al ars artium general, base común de todo arte creativo; ora se entregan a la pintura, ora estudian contrapunto o pergeñan un soneto: todo con idéntico interés, no pocas veces con conocimientos genuinos. Y de esta disposición, cuando despunta, me resulta difícil hablar; pero le aconsejaría dedicarse a las letras, pues, al servicio de la literatura (red de tan amplia cabida), toda su erudición pudiera serle útil algún día y, si continuara trabajando y se convirtiera al cabo en un crítico, sabría utilizar las herramientas necesarias. Por último, llegamos a esas vocaciones que son, a la vez, claras y decisivas; a los hombres que llevan en las venas el amor a los pigmentos, la pasión por el dibujo, el talento para la música o el impulso de crear mediante las palabras, de la misma forma que otros, o acaso los mismos, nacen amantes de la caza, el mar, los caballos o el torno. Están predestinados; si un hombre ama su oficio con independencia del éxito u la fama, los dioses han llamado a su puerta. Tal vez posea una vocación más amplia: sienta debilidad por todas las artes, y pienso que a menudo éste es el caso; pero es en esa disciplinada entrega a una sola, en el entusiasmo
inquebrantable por los logros técnicos y (quizá por encima de todo) en la candorosa actitud con que acomete su insignificante empresa con una gravedad propia de los cuidados del imperio y estima valioso conseguir, a cualquier coste de trabajo y tiempo, la mejora más insignificante, donde hallamos huellas de su vocación. La ejecución de un libro, de una escultura, de una sonata deben emprenderse con la insensata buena fe y el espíritu incansable de un niño que juega. ¿Merece la pena? Siempre que al artista se le ocurre hacerse esta pregunta, ampara una respuesta negativa. No se le ocurre al niño que juega a los piratas en un sillón del comedor, ni tampoco al cazador que rastrea su presa; la ingenuidad de aquél y el ardor de éste debieran fundirse en el corazón del artista.
Si descubre en usted inclinaciones tan acusadas, no haya lugar para vacilaciones: ríndase a ellas. Y observe (pues no es mi intención desalentarle excesivamente) que, al principio, nuestra natural disposición no se consuma con brillantez o, diré más bien, con tanta regularidad. El hábito y la práctica afilan los talentos; la perseverancia resulta menos desagradable, y con el paso del tiempo es incluso bien acogida; por vaga que sea la inclinación (si es genuina) se convierte, practicada con asiduidad, en una pasión absorbente. Pero ahora será bastante si al volver la vista atrás en un intervalo de tiempo razonable comprueba que el arte elegido tiene más cualidades que las que se arrogara en su momento entre los multitudinarios intereses de la juventud. Si la devoción acude en su ayuda, el tiempo hará el resto; y pronto todos y cada uno de sus pensamientos estarán empeñados en la tarea amada.
Mas, me recordará, pese a la devoción, pese a desplegar una actividad grata y perseverante, muchos artistas, a la vista de los resultados, viven su vida totalmente en vano: artistas a millares y ni una sola obra de arte. Recuerde, a su vez, que la mayoría de los hombres son incapaces de hacer algo razonablemente bien, y entre otros cosas, arte. El artista inútil no habría sido un panadero del todo incompetente. Y el artista, incluso si no divierte al público, se divierte a sí mismo; al menos ese hombre será más feliz gracias a sus horas de vigilia. Este es el aspecto práctico del arte: una fortaleza inexpugnable para el practicante sincero. Los beneficios directos ‑el salario del oficio‑ son reducidos, pero los beneficios indirectos ‑el salario de la vida‑ son incalculables. No existe otro negocio que ofrezca al hombre su pan de cada día en términos tan convenientes. El soldado y el explorador experimentan emociones más vivas, pero a costa de penalidades crueles y períodos de tedio que hacen enmudecer. En la vida del artista ningún momento debe transcurrir sin deleite. Tomo como ejemplo al autor con quien estoy más familiarizado; no dudo que ha de trabajar con un material díscolo y que el mismo acto de escribir perjudica y pone a prueba tanto sus ojos como su carácter; pero obsérvele en su estudio, cuando las ideas se agolpan en su mente y las palabras no le faltan: en qué corriente continua de pequeños éxitos transcurre su tiempo; con qué sensación de poder, como la de quien moviera montañas, agrupa a sus personajes menores; con qué placer para la vista y el oído ve crecer la etérea construcción sobre la página; y cómo se esmera en un oficio al cual afluye todo el material de su existencia y abre una puerta a todos sus gustos, preferencias, odios y convicciones, de modo que llega a escribir lo que ansiaba expresar. Es posible que haya gozado mucho en el grande y trágico patio de recreo del mundo; pero ¿qué habrá gozado con más intensidad que una mañana de trabajo fructífero? Supongamos que está pésimamente retribuido; lo sorprendente en verdad es recibir retribución de cualquier especie. Otros hombres pagan, y con largueza, por placeres menos deseables.
Pero el ejercicio del arte no sólo reporta placer; trae consigo una admirable disciplina. Pues el artista se guía enteramente por el honor. El público ignora o conoce bien poco los méritos en busca de los cuales está condenado a invertir la mayor parte de sus esfuerzos. Una determinada concepción, una energía personal o algún acierto de poca monta que el hombre de temperamento artístico obtiene con facilidad, tales son los méritos que se reconocen y valoran. Pero a aquellos más exquisitos detalles de perfección y acabado que el artista desea con vehemencia y siente de forma tan acusada, por los que (utilizando las vigorosas palabras de Balzac) ha de luchar «como un minero sepultado bajo un corrimiento de tierra», por los que día a día recompone, revisa y rechaza, a aquéllos, la gran mayoría de su audiencia permanecerá ciega. De estas penalidades ignoradas, y en el caso de que alcance elevadas cotas de mérito, acaso responda con justicia la posteridad; en el caso, más probable, de que fracase, siquiera por el margen de un cabello con respecto a la cota más elevada, tenga la seguridad de que pasarán inadvertidas: A la sombra de este gélido pensamiento, a solas en su estudio, el artista debe día a día ser fiel a su ideal. En la fidelidad radica la nobleza de su existencia; por ella el ejercicio de su arte le acrisola y fortalece el carácter; también gracias a ella la adusta presencia del gran emperador se volvió (siquiera un momento) condescendiente hacia los seguidores de Apolo, y aquella voz suave y enérgica pidió al artista que festejara su arte.
Aquí conviene hacer dos advertencias. Primera, si desea continuar siendo su única ley, vigile las primeras señales de pereza. En puridad, este idealismo sólo puede sustentarse merced a un esfuerzo constante; pues el nivel de exigencia se rebaja con enorme facilidad, y el artista que se dice a sí mismo «así será suficiente», ya está condenado; en ocasiones (especialmente en ocasiones desafortunadas), tres o cuatro éxitos mediocres bastan para falsificar un talento, y en el ejercicio del periodismo se corre el riesgo de tomarle afición a la negligencia. Existe este peligro, no siendo menor el segundo. La conciencia de hasta qué extremo el artista es (debe ser) su propia ley, corrompe a las cabezas mediocres. Sensibles a la existencia de recónditas virtudes difíciles de alcanzar, muchos artistas que formulan o asimilan recetas artísticas o se enamoran tal vez de alguna habilidad particular, olvidan el objetivo de todo arte: deleitar. Indudablemente es tentador abominar del burgués ignorante; empero, no debe olvidarse que él es quien nos paga y (salta a la vista) por servicios que desea ver realizados. Considerándolo adecuadamente, se plantea con ello una trascendental cuestión de honestidad. Ofrecer al público lo que no desea y esperar su aplauso es extraña pretensión, aunque muy corriente, sobre todo entre los pintores. En este mundo la primera obligación de cualquier hombre es ser solvente; conseguido esto, puede entregarse a todas las extravagancias que le plazcan; pero quede bien claro que sólo entonces. Hasta ese momento deberá cortejar con asiduidad al burgués que lleva la bolsa. Y si en el curso de tales capitulaciones falsifica su talento, demostrará con ello que éste nunca fue excesivamente sobresaliente y que ha preservado algo más importante que el talento: el carácter. Y si es tan independiente que no ha de doblegarse a la necesidad, aún tiene otra salida: dejar a un lado su arte y llevar un estilo de vida más viril.
Al hablar de un estilo de vida más viril, debo ser franco. Vivir a expensas de un placer no es una vocación muy elevada; aunque veladamente, entraña algún patronazgo; el artista se cuenta, por ambicioso que sea, entre las chicas de baile y los marcadores de billar. Los franceses entienden la evasión romántica como una ocupación y a sus practicantes las llaman «hijas de la alegría». El artista pertenece a la misma familia, es uno de los «hijos de la alegría» que ha elegido su oficio para deleitarse, se gana el pan deleitando al prójimo y se ha desprendido de la dignidad más severa del hombre. No hace mucho algunos periódicos denostaron el título nobiliario de Tennyson; y este «hijo de la alegría» recibió reproches por condescender y seguir el ejemplo de lord Lawrence, lord Cairns y lord Clyde. El poeta estuvo más inspirado; aceptó el honor con más modestia; y los periodistas anónimos (si he de creerles) no han reparado todavía el vicario ultraje a su profesión. Estos caballeros podrán hacerse más justicia a sí mismos cuando les llegue su turno; y me agradará saberlo, pues a mis ojos bárbaros incluso lord Tennyson aparece un tanto fuera de lugar en semejante reunión; no debería haber honores para el artista; el ejercicio de su arte ya le ofrece mayor recompensa de la que en vida le corresponde; y antes que el arte, otros oficios, menos atractivos y acaso más útiles, han hecho valer su derecho a tales honores.
Pero la maldición de las ocupaciones destinadas a deleitar es el fracaso. En ocupaciones más corrientes el hombre se ofrece para producir un artículo o realizar un objeto determinado puramente convencional, proyecto en el que (casi podemos afirmar) el fracaso es muy difícil. Mas el artista se aparta de la multitud y se propone deleitar: proyecto impertinente en el que no hay fracaso que no esté envuelto en odiosas circunstancias. La infeliz «hija de la alegría» que pasea sus galas y sonrisas inadvertida entre la multitud compone una estampa que no podemos evocar sin un sentimiento de lacerante compasión. Tal es el prototipo del artista fracasado. Como ella, el actor, el bailarín y el cantante deben mostrarse en público y apurar personalmente la copa de su fracaso. Y aunque todos los demás escapemos a la suprema amargura de la picota, en esencia también cortejamos a la humillación. Todos profesamos ser capaces de gustar. ¡Qué pocos lo logramos! Todos nos comprometemos a seguir siendo capaces de gustar. Pero a cada cual incluso al más admirado, le llega el día en que su ardor declina; pierde la astucia y, avergonzado, se sienta junto a la barraca desierta. Entonces se verá en la necesidad de hacer algún trabajo y se sonrojará al cobrarlo. Entonces (como si el destino no fuese ya suficientemente cruel) habrá de padecer las burlas de los raqueros de la prensa, quienes ganan su amargo pan execrando la basura que no han leído y ensalzando la excelencia de lo que son incapaces de comprender.
Y advierta que éste parece ser el final cuando menos inevitable de los escritores. Les Blancs et les Bleus (por ejemplo) reúne méritos muy diferentes a los del Vicomte de Bragelonne; y si existe algún caballero que soporte espiar la desnudez de Castle Dangerous, su nombre, según creo. es Ham: bástenos a nosotros leer sobre ello (y no sin derramar lágrimas) en las páginas de Lockhart. Así, en la vejez, cuando el confort y un quehacer se hacen más necesarios, el escritor debe abandonar a la par su medio de vida y su pasatiempo. Sin duda el pintor que ha logrado retener la atención del público gana fuertes sumas y hasta muy avanzada edad puede permanecer junto a su caballete sin fracasos ignominiosos. El escritor, al contrario, padece el doble infortunio de estar mal retribuido cuando trabaja y de no poder trabajar en la vejez. Por ello su estilo de vida le lleva a una situación falsa.
Pero el escritor (pese a los notorios ejemplos en sentido contrario) debe procurar estar mal pagado. Tennyson y Montépin se ganaron la vida espléndidamente; pero no todos podemos esperar ser Tennyson ni acaso desear ser Montépin. Si uno ha adoptado un arte como oficio, renuncie desde el principio a toda ambición económica. Lo más que puede honradamente esperar, si tiene talento y disciplina, es obtener los mismos ingresos que un oficinista invirtiendo la décima, si no la vigésima parte de su energía nerviosa. Tampoco tiene derecho a pedir más; en el salario de la vida, no en el del oficio, está su recompensa; así, el salario es el trabajo. Es evidente que no me inspiran simpatía los vulgares lamentos de la clase artística. Quizá olvidan el sistema de aparcería de los campesinos; ¿o piensan que no cabe trazar paralelismos? Tal vez no hayan reparado nunca en la pensión de retiro de un oficial de campo; ¿o es que creen que su contribución a las artes cuyo destino es agradar es más importante que los servicios de un coronel? ¿Olvidan con qué poco se conformó Millet para vivir? ¿O piensan que el tener menos genio les exime de mostrar iguales virtudes? No debe existir ninguna duda sobre este aspecto: un hombre que no es frugal, no tiene nada que hacer en las artes. Si no es frugal sus pasos le conducirán hacia el trágico fin del vieux saltimbanque; si no es frugal, cada vez le será más difícil ser honesto. Un día, cuando el carnicero llame a su puerta, acaso le tiente o se vea obligado a producir y vender una obra desaliñada. Si esta necesidad no es producto de su propia desidia, aún será digno de elogio; pues faltan palabras que puedan expresar hasta qué punto es más necesario para un hombre mantener a su familia que conseguir ‑preservar- alguna distinción en las artes. Pero si es responsable de su indigencia, roba, roba a quien puso confianza en él, y (lo que es peor) roba de forma tal que siempre sale impune.
Y ahora quizá me pregunte: si el artista en cierne no debe pensar en el dinero ni (como se infiere) tampoco esperar honores de Estado, ¿puede al menos ansiar las delicias de la popularidad? La alabanza, dirá, es un plato codiciable. Y mientras se refiera a la acogida de otros artistas, apunta hacia uno de los placeres más esenciales y duraderos de la carrera del arte. Pero si tiene la vista puesta en los favores del público o en la atención de la prensa, tenga la certeza de estar alimentando un sueño. Es cierto que en determinadas revistas esotéricas el autor, pongamos por caso, es criticado puntualmente, y que a menudo se le elogia más de lo que merece, a veces por méritos que él mismo tenía a gala despreciar, y otras por hombres y mujeres que se han negado a sí mismos el placer de leer su obra. Pero si el hombre es sensible a estas alabanzas desaforadas, cabe esperar que también lo sea a aquello que a menudo las acompaña e inevitablemente las sigue: un desaforado ridículo. Cualquier hombre, después de triunfar durante años, puede fracasar; tendrá noticia de su fracaso. O puede haber triunfado durante años y seguir siendo una punta de lanza de su arte aunque sus críticos se hayan cansado de elogiarle, o habrá surgido un nuevo ídolo del momento, alguna «figura de relumbrón» a quien prefieren ahora ofrecer sus sacrificios. Tal es el anverso y el reverso de esa fea y vacía institución llamada popularidad. ¿Creerá algún hombre que merece la pena conseguirla?

domingo, 4 de septiembre de 2011


"Hay dos clases de poetas: los buenos, que destruyen todo cuanto han escrito al llegar a los 18 años de edad, y los malos, que siguen escribiendo toda su vida".

Umberto Eco
(Fotografía de biografiasyvidas.com)

Currar (trabajar) para escribir

PEIO H. RIAÑO Madrid 04/08/2011 (público.es/ escritores.org)

Los grandes astros del universo literario se han buscado la vida como saltimbanquis, panaderos, carteros, conductores de autobús o verdugos para sobrevivir a su carrera como escritores.

Antes de alimentarse tuvieron que hacer lo inevitable para comer: trabajar en lo que fuera. Trabajar como burros. Trabajar y dormir poco para leer, escribir y hacer lo que fuera para resistir al rodillo de la explotación. William Faulkner compró un uniforme de la RAF al final de la Primera Guerra Mundial y entró en Oxford (Misisipi) cojeando. Dijo que había sufrido un accidente aéreo y consiguió empleos de guardarropa, regidor de teatro, cartero y por la noche cargaba la caldera de carbón de la universidad. Mientras tanto, cuando podía, escribía cuentos con los que ganó algún dinero, hasta que acabó comprando una casa de estilo colonial, con dos criados negros y dedicando 12 horas diarias a la escritura.
La libertad tampoco era suficiente. Alimentarse para vivir era tan esclavo como vivir para comer. A George Perec le costó dejar su empleo de documentalista en un laboratorio médico, a pesar de ser reconocido como escritor. Rechazó ofertas de ascenso porque pensaba que si para un escritor es peligroso hacer carrera en su empleo, peor era depender de la escritura para vivir. Muchos otros coincidían con él en que en 40 horas semanales no había tantos minutos como para dejar sin un segundo su producción literaria.
Sólo cuando lo jubilaron en 1932, Raymond Chandler (1888-1959, EEUU) se planteó seguir un curso de escritura por correspondencia. Firmó su primera novela, El sueño eterno, a los 51 años de edad, la familia petrolera para la que trabajaba como contable le había mandado a casa con 44 años, con una jubilación de cien dólares al mes.
Pero 20 años atrás, la hoja de la vida laboral del creador de Philip Marlowe era tan larga como la lista de sus cuentos no publicados. Su primer trabajo fue en Londres, para la Marina real inglesa, en la sección de aprovisionamiento, donde debía registrar municiones. Creía que le quedaría tiempo para escribir poesía, pero encontró un trabajo "completamente embrutecedor", y entonces pensó en el periodismo. Tan tímido como incapaz de elaborar noticias, lo despedían antes de terminar su periodo de prueba, recuerda Daria Galateria en el libro Trabajos alimenticios. Los otros oficios de los escritores, que en septiembre publicará la editorial Impedimenta.
En Nebraska y California, Chand-ler pasó por 36 trabajos más. Todos le decepcionaron por igual: recoger albaricoques diez horas al día, 20 centavos la hora; encordar raquetas de tenis, 12 dólares y medio por semana de 54 horas laborales Hasta que vio la luz: la contabilidad sería su salvación. Su carrera "creció tan rápidamente como una secuoya" gracias a las cuentas de las empresas para las que trabajó durante dos décadas.
En el gran boom petrolífero de Los Ángeles, Chandler entra a trabajar para Dabney, la segunda gran petrolera tras Shell. Asistía al contable de la empresa, que en 1923 fue arrestado por fuga de capitales. El sucesor murió de un ataque al corazón sobre la mesa de trabajo y entonces Chand-ler fue nombrado jefe de contabilidad. Y al poco, subdirector. Le llamaban "el genio": "He sido el mejor manager de Los Ángeles y posiblemente uno de los mejores del mundo", dijo.
Sólo cuando acabó harto de todo eso y logró la jubilación anticipada pudo destripar la vida de los criminales y otros parásitos corruptos de ese mundo de ricos al que Chandler había lavado sus miserias.
Quizás el escritor más incompatible con las obligaciones laborales fue Charles Bukowski (1920-1994). Alentado por un padre dispuesto a acabar con cualquier esperanza huyó de casa a los 19 años, cuando su progenitor tiró por la ventana sus escritos, la máquina y su ropa tras descubrir que el muchacho no usaba la máquina para hacer sus deberes. Pasó por almacenes, se alimentó de chocolatinas, frecuentaba bares deprimentes, vivió en barracas con el techo de cartón embreado, las revistas rechazaban sus cuentos y prefería morirse de hambre a retomar un trabajo regular.
Duros a la fuerza
Al parecer, sabía trabajar duro, pero lo hacía con mala cara. Si mantenía el trabajo tres semanas, le parecía que ya duraba mucho. Volvió a vagabundear, mandaba cuentos, condujo una ambulancia de la Cruz Roja en San Francisco, trabajó en un servicio de envíos y acumulando "trabajos de mierda". Hasta que en 1950, por casualidad, llegó al trabajo más importante de su vida: estuvo 13 años dedicado al servicio postal.
Todos esos años le pasaron factura en la espalda. Solía quejarse de que el servicio postal lo había matado. Pero cuando conoció a su primer editor, John Martin, debió volver a la vida. Martin dejó su trabajo para dedicarse a la edición a tiempo completo, después de haberle publicado a Bukowski poemas, y le ofreció convertirse en escritor profesional por un pequeño sueldo a cambio de sus derechos de autor. Calcularon: 35 dólares para el alquiler, 20 para la comida, 15 para la cerveza y los cigarrillos, además del teléfono y el gas. Algo más de cien dólares. Pero su nuevo trabajo tampoco le gustó: "Es más fácil trabajar en una fábrica. Allí no hay presión", dijo a un amigo antes de su primera conferencia.
Otros como George Orwell (1903-1950) necesitaron los peores trabajos para acercarse a los problemas reales. Prefirió no ir a la universidad y marchar a Birmania con 19 años para trabajar como policía. Allí debía adiestrar a los subinspectores, pero a los dos años abandonó: "No soportaba meter en prisión a la gente por hacer las mismas cosas que él habría hecho de encontrarse en parecidas circunstancias", como apareció escrito en la contraportada de Días en Birmania.
Tenía un nuevo sueño: quería ser escritor. Para convertirse en ello sintió que debía abandonar los privilegios y la respetabilidad, y vivir la vida de los marginados. Viajó hasta París, se quedó sin dinero, empeñó su ropa y terminó convertido en un perfecto vagabundo. Trabajó como lavaplatos de siete de la mañana a nueve de la noche, en un sótano en el que ni siquiera podía estar de pie. Pasó la Navidad de 1931 en la cárcel, por vagabundeo una semana antes de la vigilia Debió volver a ver la luz y empezó a trabajar en una pequeña escuela privada, con 15 niños de 10 a 16 años. Sólo cuando contactó con militantes socialistas se convirtió en el escritor político que firmó obras maestras como El camino de Wigan Pier, Rebelión en la granja o 1984.
A los 21 años, Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) obtuvo el título de piloto. Diez años después, ya era una leyenda, cuando fue a recibir un premio literario con traje y alpargatas. Había volado 20 horas y no se había afeitado desde hacía tres días. Trató de pagar sus deudas con un récord de vuelo para el que había un premio de 50.000 francos, pero cayó al desierto y allí aparecería El principito. En el desierto escribió de noche la fábula más leída del mundo.
El escritor suizo Blaise Cendrars (1887-1961) también cosechó un número infinito de trabajos, y en varios continentes: representante de bisutería en Rusia, fogonero en Pekín, apicultor en Francia, cazador de ballenas en Noruega, saltimbanqui en Londres, figurante de Carmen en Bruselas, en Nueva York, pianista de cine y descargador en los mataderos
Gorki (1868-1936) tampoco lo pasó bien en su búsqueda de pan. Con 11 años entró en una zapatería de señoras, siguió como pinche en un vapor por dos rublos al mes, a los 16 años fue a la universidad y lo compaginaba descargando barcos a las orillas del Volga, o 14 horas en una fábrica de galletas. Y en el justo momento de la historia, cuando todo parecía abocado a repetirse hasta acabar machacado por la rutina de un trabajo devastador, vuelve a aparecer un amigo que anima al escritor a mover sus cuentos. Gorki consigue publicar uno en un periódico, cuando le preguntan cómo firmará recuerda a su cruel abuelo, quien le llamaba "gorki", "amargo". Entonces comenzó la fortuna literaria y dos artículos al día, trabajo en galeras.
Algunos casos sonados, como el de la escritora francesa Colette (1873-1954), utilizaron su fama para hacer crecer una pequeña empresa con la que ganar dinero. En 1932, en plena Depresión, abrió, con casi 60 años, un instituto de belleza, financiado por la princesa de Polignac y por el bajá Al-Glawi y con el apoyo del ministro Maginot. La autora creó polvos y cremas, diseñó hasta el logo de las etiquetas (un dibujo de su perfil), atendió personalmente a los clientes en los grandes almacenes y sucursales que abrió por toda Francia. Pero el instituto de belleza no funcionó.
Jack London (1876-1916) cuando comenzó a escribir se lamentó de que la espalda le dolía tanto como si tuviera reúma. Al escribir a máquina, los brazos le dolían, y la punta de los dedos se le llenaba de heridas. Eran los efectos de una vida llena de empleos infernales: robando ostras en la bahía de San Francisco, repartidor de periódicos, en una fábrica de conservas, fogonero por la noche, cazador de focas en el Ártico, buscador de oro en Klondike, transportando maletas sobre la espalda hasta que acabó convirtiéndose en el escritor mejor pagado de su tiempo.
Boris Vian. La locomotora de la diversión.
Ingeniero de la rama metalúrgica, trabajó en la normalización del vidrio. Su empleo consistía en comparar los méritos respectivos de cientos de botellas para identificar la ideal. Le pagaban 3.500 francos. Deja la empresa para dedicarse a su verdadera pasión durante la Francia de Vichy: el jazz.
Bruce Chatwin. Intuición y buen ojo para el arte.
Bruce había declarado que no quería ir a la universidad; quería ser actor o quizá entrar en el servicio colonial. Pero llegó a la casa de subastas Sotheby's en Nueva York en un momento de expansión. Se convirtió en un experto en impresionismo "en un par de días".
Louis Ferdinand Céline. Médico antes de fanático nazi.
Logró hacer de la profesión médica una prestigiosa empresa internacional: con la Sociedad de las Naciones representó, viajando por medio mundo, la medicina occidental antes de convertirse, en lúgubres barrios de París, en el más cariñoso de los médicos.
Bukowski. Mucho tiempo en "trabajos de mierda".
Antes de dedicarse durante 13 años al servicio postal probó suerte en un sin fin de pequeños "trabajos de mierda", como él mismo decía, donde si duraba más de tres semanas comenzaba a sospechar. Ni siquiera como escritor profesional fue capaz de aceptar su situación laboral: "Es más fácil trabajar en una fábrica".
Saint-Exupéry. Escritor entre vuelo y vuelo.
A los 21 años, Saint-Exupéry obtuvo el título de piloto. "¿Yo escritor? Me lo pregunto; mi verdadero trabajo es pilotar aviones". Pionero de los vuelos transatlánticos y del vuelo nocturno, Saint-Exupéry navegaba a la vista sobre los mapas y no quiso dejar su empleo ni siendo leyenda.
Colette. Encontró la belleza en el negocio.
Colette no practicó otros oficios para mantenerse y escribir. Pero usó su fama literaria para ganar dinero en otros campos. En 1932, en mitad de la Gran Depresión, casi a los 60 años, proyectó fabricar y vender productos de belleza con su nombre. La idea era "barroca", como dijo el hijastro de Colette. La idea fracasó.
Italo Svevo. Huyó de las novelas para trabajar.
Para convertirse en "un buen industrial", se obligó a abandonar las novelas, porque si pensaba una sola frase, ya estaba perdido para la vida activa durante una semana entera. Escribió sobre una tarjeta de visita "comercial" y llegó a ser un gran emprendedor en el sector de las pinturas navales.
Jack London. Doblado por trabajar desde los 10.
En 1897, durante la primera carrera del oro, Jack London desembarcó en Klondike (Alaska), con poco más de 15 años. Aquel invierno vivió en una cabaña abandonada, en medio de los lobos. Transportaba maletas por la nieve. Se quejaría toda su vida de los dolores de espalda.
Raymond Chandler. Una jubilación de oro para Marlowe.
Veinte años antes de crear a Philip Marlowe, la hoja de la vida laboral de Chandler era infinita. Triunfó como contable, empleo al que se dedicó la mayor parte de su tiempo. Se convirtió en un genio de las cuentas y le dejaba tiempo para escribir por las noches. A los 44 años lo jubilaron.
André Malraux. El autor que comía con fontaneros.
El escritor francés André Malraux, cuando era ministro, sólo escribía sus libros de noche, y pensaba que para crear, como para hacer política, era necesario conocer a los hombres. De hecho, no dudaba en reprochar a De Gauller no haber querido "comer con un fontanero" nunca.
Maxim Gorki. El sabor amargo de una familia exigente.
Máximo Gorki era todavía un niño cuando trabajó como descargador en el Volga. Después fue pinche, fogonero, pescador, panadero, 14 horas de cola de noche o de día, en bodegas o salinas calientes. Bastó con el éxito de uno de sus cuentos para colaborar en varios periódicos.
Franz Kafka. Entre los sueños y las frustraciones.
Tenía remordimientos trabajando como agente de seguros. Pensaba en el poeta Paul Adler, que se dedicaba sólo a su vocación, no como él, que naufragaba en una vida de burócratas. Cuando Kafka era más indulgente con el trabajo decía que liberaba al hombre del sueño que lo deslumbra.
George Orwell. Conocer a quien sufre para escribir.
Decidió que si quería convertirse en escritor debía renunciar a todos sus privilegios, coloniales y de clase, y conocer la vida de los marginados. Vendió sus abrigos y vivió heladas entre los vagabundos antes de contactar con militantes socialistas y convertirse en el escritor político de fama.
Dashiell Hammett. Un detective para la novela negra.
Como escribió Raymond Chandler de él: "No sé si tenía especiales miras artísticas. Creo que sólo quería ganarse la vida escribiendo sobre un tema del que tenía información de primera mano", en referencia a su trabajo en una agencia de detectives de Baltimore