"Nunca te detienes a meditar sobre las influencias que recibes...sólo hasta que formas parte de ellas". G.R.
Era yo un joven estudiante de medicina cuando lo conocí. Mi nombre es Gustavo Hernández.
Fue por mera casualidad el que me encontrara con él, ya que era un hombre demasiado encerrado en sí mismo.
He aquí la historia de una de las vidas más dignas y ejemplares de que me honro en recordar, más que como un amigo, como un padre, él es don Vasco.
En mi diario andar por "El Paso del Águila", rumbo a la facultad, me encontraba con un hombre sumamente entretenido en el volar de las mariposas posadas sobre las flores de su jardín, que con tanto esmero cuidaba.
"El Paso del Águila", era una pequeña colonia ubicada en las afueras de la ciudad. Era un lugar humilde, donde todos conocen a todos, menos a don Vasco.
Es don Vasco un hombre algo viejo, con una expresión gruñona en su cara, pero a la vez burlona. Yo diría que pasaba de los sesenta años. La verdad se veía muy acabado.
Tenía la costumbre de dirigirle un "buenos días" cuando pasaba junto a él, aunque no esperaba respuesta, pues no me la daría.
Cuando lo pasaba de largo, volteaba ligeramente para cerciorarme de que aún estaba allí, y en efecto así era; me miraba fijamente y de inmediato, como asustado, entraba a su pequeña casa.
No sé si era muy nervioso, lo que sí sé, es que era el blanco de burlas de ese lugar.
Algunos muchachos, e incluso algunos amigos míos, constantemente lo hacían enojar.
Recuerdo una tarde en que mis colegas y yo nos reunimos por ahí, cerca de su casa, cuando de pronto lo vimos llegar a lo lejos con dos cubetas llenas hasta el borde de agua. A leguas se notaba su sobrehumano esfuerzo físico.
Mis amigos decidieron jugarle una broma. Yo me oponía pero no dije nada.
Cuando don Vasco se proponía abrir el portón de su casa, dos de mis amigos fingían pelear.
Don Vasco ni siquiera se inmutó ante la riña que se encontraba a sus espaldas.
Uno de los actores se lanzó sobre de él; y fue tal el impacto que don Vasco cayó.
Todos guardamos silencio, esperando la reincorporación del viejo, que aún seguía con la mirada serena.
Mis amigos se contenían para no reír; como no aguantaron, se echaron a correr, y sus risas se perdieron a lo lejos.
Yo no pude correr, me quedé ahí parado, tratando de ayudar sin hacer nada.
Don Vasco tomó sus dos cubetas, vacías ya, las colocó boca abajo, cojeó un poco, y antes de entrar a su casa volteó y me miró.
Yo estaba llorando, quería hablar, caminar, no sé, hacer cualquier cosa, pero algo me lo impedía.
Sólo dije: "Lo siento", y cerró la puerta.
Esa noche desprecié la cena de mi madre, quería entrar en mi cuarto, meditar un poco, y pensar en don Vasco.
Me propuse que al siguiente día, al salir de clases, iría a verlo. Tenía miedo pero lo haría.
En la salida, como de costumbre, mis compañeros y yo pasamos frente a la casa de don Vasco.
Puse un pretexto para liberarme un poco de ellos, diciendo que había olvidado un libro y, como siempre, no me dieron importancia y se alejaron.
Al fin me encontraba frente a su puerta; me armé de valor y toqué.
Como nadie contestaba, decidí retirarme. Estaba ya a punto de salir cuando escuhé una voz.
- ¿Sí? ¿Qué deseas muchacho?
- Don Vasco, buenas tardes, yo...
- ¿Don Vasco? ¿A quién buscas?
- Lo siento...sólo venía a disculparme por lo de ayer...Mis amigos son
muy...
- Si es todo, gracias. ¿Algo más?
- Sí...este...¿me permite tomar una de sus rosas?
Don Vasco cerró la puerta, me dejó hablando solo cuando le explicaba que era para una chica que ya hacía tiempo que no veía.
Estaba a punto de marcharme cuando salió con unas tijeras a la mano.
- ¿Cuántas quieres?
- Sólo una- le contesté.
Don Vasco se me acercó, y por primera vez vi en sus ojos una expresión tranquila y bondadosa.
- ¿Es tu novia?
- No, es sólo una amiga que no he visto desde hace mucho tiempo. Ayer
pensaba en ella, por eso quiero verla.
Seguía viendo la cara del viejo, y aún no comprendía el por qué su fama de maleducado.
- Me llamo Gustavo Hernández- agregué antes de despedirme.
- Mucho gusto, Gustavo, yo soy Rodrigo.
Al estrechar su firme mano, por mi cabeza pasó una duda: ¿por qué don Vasco? ¿Sería su apellido o era simplemente un apodo que la colonia le había impuesto?
No lo sé. Nunca me atreví a preguntárselo.
Antes de marcharme, me dijo el viejo que si quería otra flor, que sólo la pidiera.
Nuevamente vi sonreír a don Vasco; no pude contener la tristeza de verlo así. Le dí las "gracias" y salí corriendo de allí.
Esa noche fui al mercado a ver a mi madre en su puesto de comida; le comenté lo de don Vasco y se molestó. Me dijo que no estuviera perdiendo el tiempo hablando con esa gente y que mejor me pusiera a estudiar.
Por no verla enfadada le dije que sí, que no lo volvería a ver.
Ya en casa, mi madre me dio la cena; no la comí, sino que preferí guardarla y me acosté.
A la mañana siguiente no fui a clases. Decidí ir a ver a don Vasco. Mi madre aún dormía, así que calenté la cena de anoche para llevársela.
En el camino, temía el hallarme con mis compañeros, no sabría qué decirles. Por suerte no fue así.
Don Vasco había terminado de regar el jardín, cuando me recibió con una cálida sonrisa.
- ¡Buenos días, muchacho! Pasa por favor.
- ¡Buenos días, don Rodrigo!- yo nunca me atreví a nombrarlo como don Vasco-. Mire, le traje un poco de comida por si aún no ha desayunado.
Don Vasco me miró, me dio una leve cachetada y dijo: "Gracias".
- Le gustan las mariposas, ¿verdad?
- Más que las mariposas, me gusta la metamorfosis de la oruga. ¿Te habías
dado cuenta que de una fea y simple oruga, sale una hermosa mariposa?
- Sí, pero nunca lo había tomado tan en cuenta.
- Así somos los hombres. Nunca damos importancia a nimiedades como esa, pero muchas veces, los secretos de la vida se hallan en esas cosas sin importancia. Ya lo verás.
Me quedé atónito al escuchar la filosofía de don Vasco. Ahí comprendí que era un hombre muy sabio, pero incomprendido. Desde ese día, nunca lo olvidaré.
- Don Rodrigo, ¿no le importa que mucha gente se burle de usted?
- ¿Por qué habría de molestarme? Cada quien es libre de llevar a cabo las acciones que mejor le convengan. Tienes que ser como un árbol: aunque todos te lancen piedras e insultos, nunca verás que se doble por eso, y mucho menos lo vas a escuhar llorar o lamentarse.
Yo lo escuchaba con absoluta seriedad, hasta que me atreví a preguntarle:
- ¿Tiene familia?
Su rostro palideció, y después de una pausa, con un ademán me invitó a entrar a su casa.
Me convidó del recalentado que le llevé.
Cuando se dirigió a la cocina, me di el tiempo de admirar lo que había a mi alrededor. Descubrí su loco afán por las mariposas: tenía pinturas, adornos, en fin, cualquier cosa que se pareciese a una mariposa.
- ¿Te gustan?- me sorprendió don Vasco.
- Claro, ...son hermosas.
- Verás, mi esposa y yo, nos separamos hace algún tiempo- me dijo al momento en que nos sentábamos a la mesa- Ella salía con otra persona, así que...
- Lo siento...si usted quiere, no hablemos ya de eso.
- No, no, está bien, creo que necesito desahogarme un poco. Esto no se lo he contado a nadie, así que confío en ti. Poco antes de separarnos, me dijo arrepentida que sólo se había casado por interés, pues modestia aparte, nunca nos faltó nada. No teníamos mucho dinero, pero intentábamos vivir bien. Mi error fue que dejé de pensar en mí, y dejé de ser el mismo de antes. Tuvimos dos hijos, y aunque todo parecía perfecto, los problemas comenzaron a aparecer. Perdí mi empleo después de tantos años, uno de mis hijos falleció en un accidente, y a raíz de todo esto, mi familia se fue derrumbando poco a poco, pero...mírame, aquí estoy, sin nada pero con unas ganas enormes de vivir y de salir adelante, hijo...
Don Vasco se cubrió el rostro con las manos para que no lo viera llorar. Recuerdo que sólo estreché mis manos con las suyas, y sintiéndome inútil, me retiré.
Al día siguiente, al acabar mis clases, planeé dar una vuelta a la plaza principal de la ciudad, con la idea de despejar un poco las ideas. Tal fue mi suerte que don Vasco estaba ahí en una banca, alimentando a las palomas que asustadas huyeron ante mi presencia.
- ¿Cómo estás, hijo? Siéntate.
Me lo dijo como si no recordara la última plática que tuvimos.
- Tú eres...¡ah, sí! El de la rosa, ¿verdad? ¿Viste a tu novia?
- No, no la ví.
- ¡Qué lástima! Ya volverá, no te preocupes.
Lo miré fijamente, tratando de averiguar si era el mismo de ayer.
- Don Rodrigo, ¿por qué me platicó todo eso?
Tras una larga pausa meditativa, el viejo esbozó una sonrisa repleta de tranquilidad.
- Porque me recuerdas a mi hijo.
No supe qué responderle; tal vez mi silencio fue el causante de que don Vasco se alejara. Al ver a mis compañeros burlándose de mí, me armé de valor, alcancé a don Vasco y esa misma tarde lo invité a casa.
No le comenté nada a mi madre, acerca de que don Vasco iría a cenar, pero creo que se dio cuenta de que esperaba a alguien, ya que mi impaciencia era muy notoria.
Al dar las diez, no pude soportarlo. Me levanté de la mesa, tomé mi chaqueta y salí a toda velocidad ante la extraña mirada de mi madre.
En el camino pensé en muchas cosas, pero lo que más me alejaba de la vida, era la preocupante locura de don Vasco. Temía que algo le hubiera pasado, peor aún, que le hubieran hecho algo.
Al llegar a su casa, todas sus plantas habían sido maltratadas. Pude notarlo pese a la poca iluminación de la calle, pues su casa estaba en la más completa obscuridad.
Aún así decidí tocar. Nadie contestaba, pero escuchaba ruido tras de la casa, y hacia allá me dirigí. La puerta estaba abierta, escuché el girar de un viejo abanico y los gemidos de don Vasco.
Estaba recostado en su cama, vestido con un traje elegante pero ya muy gastado. Lloraba, e imploraba al cielo que pudiera encontrarse una vez más con quien fuera su esposa.
Ya en la habitación, lo consolé un poco, mentí al decirle que yo la buscaría y la traería junto a él.
Alegó que no, que sería imposible. Me platicó algo acerca de un "pacto" que su esposa y él acordaron cuando estaban en plena separación. La mujer le pidió algunos días para pensar las cosas, salió de casa junto con su otro hijo, y le dijo que esperara a que la Navidad llegara. Si ella y su hijo entraban por la puerta, era para quedarse para siempre y luchar por la familia. Si no sucedía así, ...él sabría por qué.
- ¿Has visto nevar?. me preguntó.
- Dos o tres veces, no recuerdo bien.
- Es hermoso, ¿verdad?...Quiero ver la nieve...llévame afuera si cae nieve...quiero que ya sea Navidad...
Me asustó cuando empezó a gritar que moriría si no nevaba esa Navidad.
Lo dejé hablando solo y salí de ahí.
Ya me había convencido de que don Vasco padecía demencia ocasional y que requería ayuda...una ayuda que yo no le podía dar.
Llegaron las vacaciones navideñas y yo seguía sin verlo, pero aún pensaba en él.
El veinticuatro de diciembre lo fui a buscar. Esta vez sí lo encontré pero no hablé con él.
Sólo me asomé por la ventana y lo ví, sentado ante su pequeña mesa, mientras se disponía a comer un diminuto pollo asado.
Me dio un no sé qué en el estómago, se me hizo un nudo en la garganta y comencé a llorar cuando don Vasco fingía charlar con su esposa y su hijo.
- Adiós, don Vasco. Feliz Navidad...
Me quédé parado ahí largo tiempo. Aún no podía creer que fuera él. No lo pude creer.
En casa, con mis tías de visita, pedí permiso para ausentarme e irme a mi cuarto. Me recosté en la cama y miré la luna, tal y como don Vasco solía hacer cuando se sentía solo.
De repente, escuché risas y gritos de júbilo a mi alrededor. La Navidad había llegado.
No le dí importancia y volví a dormir.
No sé si fue un sueño, o si era verdad, pero esa noche miles de mariposas cruzaron por mi ventana. Eran miles de ellas.
Sentí una inmensa alegría al ver eso, pero cuando desaparecieron, un fuerte dolor se apoderó de mi corazón haciéndome retroceder, y sintiendo la necesidad de descansar de inmediato.
Ese día por la tarde, le llevaría a don Vasco un poco de pavo que mi madre había preparado.
Al estar frente a su casa, la luz exterior estaba encendida, igual que su televisor.
No obtuve respuesta cuando toqué, así que fui por la parte trasera.
El plato con pavo cayó de mis manos y se hizo pedazos en el suelo, al momento que me hincaba, adolorido, ante el cuerpo de don Vasco que pendía de un árbol.
Nadie reclamó el cuerpo de don Vasco, así que decidí incinerarlo previa autorización en la facultad de medicina, de la que finalmente egresé.
Sus cenizas fueron depositadas en un ánfora co mariposas dibujadas.
Don Vasco me enseñó la mejor lección de mi vida, y creo que a mis hijos también. Era una mariposa, de las más bellas por cierto, y sus cenizas reposan ahora dentro del mismo árbol que le enseño a volar.
Don Vasco, gracias...
(Primer lugar en el Segundo Concurso de Cuento Edición 1999, organizado por la Facultad de Filosofía y Letras, a través del área básica común del Sistema Abierto y a Distancia. Marzo del 2000).
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